La investigación fue realizada sobre las hojas de fresnos norteños, en las que se podía apreciar la presencia de malformaciones en su corteza que ralentizan su crecimiento y contribuyen de esta forma a la pérdida de las mismas.
Los estudios iniciales no demostraron ningún efecto sobre la salud de los fresnos. Algunas hojas cercanas a las fuentes emisoras presentaban una capa epidérmica muerta que las cubría, quizás por alguna enfermedad, por lo que consideraron que había que repetir el experimento.
De hecho, volvieron a repetir el estudio y se dieron cuenta de que los fresnos habían sido sometidos a ondas de 6 fuentes distintas con una frecuencia de entre 2412 a 2472 MHz y potencia de 100 milivoltios, a una distancia de tan solo medio metro de longitud.
El estudio reveló que las ondas WiFi pueden contribuir en gran parte a la pérdida de hojas de los fresnos de toda la región estudiada.
Este tipo de experimentos es de vital importancia, ya que los seres humanos están expuestos durante al menos seis horas diarias a las radiaciones WiFi.
Este descubrimiento ha abierto el interés de numerosos científicos. Quizás es demasiado pronto para aventurar sus resultados, pero lo que sí es cierto es que este tema interesa cada vez más a la población, ya que es su salud la que está en juego.