Cabría esperar un disco acomodaticio viniendo de un grupo con una
trayectoria de 30 años, 15 álbumes y el raro privilegio de poder
atribuirse la paternidad de un subgénero (el grindcore: esa mezcla de berridos y acelerado blast beat). Pero este Utilitarian de Napalm Death
es tan positivamente desconcertante que deja el mismo poso que los
elepés de debut de bandas noveles con entusiasmo y mucho que decir.
Vaya, que lo de “vamos a tomárnoslo con calma que ya tenemos una edad”
no aplica para el grupo de Birmingham.
Antes de nada hay que advertir (para aquellos que no estén muy familiarizados con Napalm Death) que este disco es duro. Y cuando decimos duro hablamos de niveles poco usuales de dureza en las regiones del metal. Duro como para borrar las fronteras entre géneros: el cerebro deja de discriminar en cierto punto, cuando el aquelarre sonoro es inmanejable y uno ya no sabe si está ante un disco de metal, de techno industrial, de hardcore o directamente ante un soberano altercado, una reyerta ultraviolenta o una tortura en los bajos fondos del intelecto (ahí está esa atrocidad llamada Quarantined). Su dureza despierta una suerte de pánico cerval en el oyente más bragado, y apela al fondo animal, primario, de cada cual. Las únicas concesiones (?) están en la intro, en el saxofón que puede escucharse en Everyday Pox y en la estructura más o menos predecible de la pegadiza The wolf I feed.
Y con todo es un disco cargado de reflexión: una enmienda razonada ante el estado de cosas (en lo político, en lo económico y en lo individual). Como otras ocasiones, tratándose de Napalm Death, el envoltorio sonoro tiene la doble función de filtro de oyentes (no cualquiera tiene permitido el acceso a esta región musical y conceptual) y también como arma arrojadiza contra aquellos hacia los que van dirigidas muchas de las invectivas que pueblan las canciones. Es un sonido anticomercial, es un ruido sobrecogedor y necesario.