El impacto del tsunami de 14 metros que barrió Fukushima salpicó a
toda la industria nuclear. Justo cuando el recuerdo de Chernóbil
comenzaba a desvanecerse, la industria atómica asistió atónita a lo que
no podía suceder -el desmoronamiento de seis reactores- y en un país
desarrollado -nada más lejos que el régimen soviético en el que ocurrió
el último gran accidente-.
El golpe fue muy duro. En la opinión pública y en los planes atómicos. La canciller alemana, Angela Merkel, rectificó su intención de alargar la vida de las nucleares y en mayo adelantó el apagón atómico. En junio, los italianos decidieron en referéndum por una abrumadora mayoría que no querían que el país volviera a construir centrales. Bélgica y Suiza siguieron caminos parecidos y se sumaron al repliegue atómico. Chile, un país tan sísmico como Japón, abandonó sus planes atómicos y hasta en Tejas (EEUU) se cayó un proyecto en el que participaba capital japonés.
José Emeterio Gutiérrez, director de Westinghouse para el sur de Europa, opina que "lo más duro fue la decisión de Alemania, que fue precipitada. Ahora, con el tiempo, se están reactivando los planes. Quizá más lentamente que antes, pero eso es también por la crisis financiera".
Un año después, la industria atómica ha comenzado a recibir algunas buenas noticias, a ver luz al final del túnel. Estados Unidos autorizó el pasado 9 de febrero la construcción de sus dos primeros reactores desde 1978 y en su vista a las obras de la nuclear de Vogtle (Georgia), el secretario de Energía de EEUU, Steven Chu, declaró: "La energía nuclear juega un papel importante en la cesta energética de EEUU. Con más de 100 reactores nucleares en operación, la energía nuclear produce un 20% de la electricidad del país (...) El papel de la energía nuclear con fines pacíficos crece en el mundo al afrontar el cambio climático y la creciente demanda de energía".
Allí, Westinghouse construye ya sus dos primeros reactores del tipo AP1000, preparados, según el fabricante, para superar situaciones como las de Fukushima, al poder estar durante 72 horas sin refrigeración.
Francia, el país más nuclear del mundo, y el que más tiene que perder si la tecnología se hunde, también ha reafirmado su apuesta. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, visitó el pasado febrero la nuclear más antigua de Francia, la de Fessenheim, en servicio desde 1977, y garantizó su continuidad. El candidato socialista, François Hollande, que inicialmente anunció que pretendía bajar la aportación nuclear desde el 75% de la electricidad al 50% ha matizado su anuncio de que cerraría esa planta. El pasado 17 de febrero, Sarkozy y el primer ministro británico, David Cameron, ratificaron su apuesta por la energía nuclear.
En España, una de las primeras decisiones del Gobierno de Mariano Rajoy ha sido poner en marcha los trámites para prorrogar la vida de Garoña hasta 2019. La central burgalesa se conectó a la red en 1971 y es de las más antiguas del mundo. Tras Fukushima, la banca suiza UBS la colocó en el listado de las centrales abocadas al cierre. Garoña es gemela al primer reactor dañado en Fukushima, pero ni eso ha arredrado al Ejecutivo.
La República Checa, Finlandia, Lituania, Polonia y Suecia también han anunciado planes nucleares, aunque la experiencia muestra que muchas veces estos anuncios no se concretan en obras (o al menos que tardan décadas en hacerlo).
El vicepresidente del Parlamento Europeo, Alejo Vidal Quadras, pronuclear declarado, cree que lo que ha ocurrido es un baño de realismo: "Fukushima fue un shock, pero con el tiempo la realidad se impone porque las necesidades de tener seguridad de suministro energético y de lucha contra el cambio climático se imponen".
María Teresa Domínguez, presidenta del Foro Nuclear, ofrece una visión muy optimista de la situación: "Después de un año, la situación en Fukushima está absolutamente controlada y no hablamos de que haya habido personas irradiadas. Eso ha hecho que los planes nucleares no se vean cuestionados y sí afianzados".
Los ecologistas consideran, en cambio, que todo esto forma parte de una campaña de lavado de cara, una especie de negación de la realidad. "Este golpe es peor para la industria que el de Chernóbil. Entonces podían decir que era tecnología soviética y un país con pésima gestión, pero ahora no. Las nucleares han perdido en Alemania, Italia, Bélgica... y Japón, que ha demostrado que el ahorro y la eficiencia permiten apagar nucleares sin problemas".
José Emeterio Gutiérrez es más moderado. Él, como otros ingenieros, vivió el accidente como un shock, con la sensación de que estaban asistiendo a algo irreal. Nadie les había preparado para ello, porque para el sector nuclear -al contrario que el de la aeronáutica, por ejemplo- los accidentes simplemente no podían ocurrir. "Al principio vi las noticias y estaba tranquilo. Pensé que la central aguantaría perfectamente. Cuando perdieron los generadores diésel [que refrigeran la central en caso de pérdida de suministro eléctrico] me quedé muy impresionado. ¿Cómo es posible si están preparados para eso? Podemos explicar lo que ha pasado, pero no justificarlo".
Según Gutiérrez, la lección fundamental de Fukushima para la
industria es que no hay nada imposible: "Ya no podemos presumir de
seguridad total, porque no hay nada en el mundo que la tenga". Fukushima
es el cisne negro, ese fenómeno imposible que, sin embargo, ocurre.
Pero, ¿significan estas buenas noticias que el mundo va hacia un renacer nuclear masivo? ¿O simplemente que el riesgo está aceptado y se considera inevitable, una especie de mal menor? Más bien lo segundo. Los dos reactores nucleares que construye EEUU y los dos que está a punto de aprobar irán a Estados del sur del país con un mercado regulado. Es decir, que la eléctrica que los opera tiene garantizada la retribución de cada kilovatio hora que produzca. No asumen el riesgo de competir con otros tecnologías durante décadas.
Al margen de los factores de seguridad y de opinión pública, hay aspectos económicos que en buena parte del mundo lastran los desarrollos atómicos. La caída de la demanda eléctrica por la crisis en los países desarrollados, la restricción del crédito, la eclosión de gas no convencional barato y el auge de las renovables (la eólica no anda lejos de ser competitiva) son factores que van contra la energía nuclear. Al menos, contra la construcción de nuevos reactores, ya que requieren grandes inversiones.
Además, Fukushima obligará a inversiones masivas en las plantas existentes para poder responder. En España, por ejemplo, el Consejo de Seguridad Nuclear obligará a cada central a construir un edificio de refugio para los trabajadores en caso de accidente y un centro de respuesta común disponible a cualquier hora del año con un retén de emergencia capaz de ir a cualquier emergencia. Si actualmente, cada central invierte unos 10 millones al año en mejoras, ahora deberán multiplicar esa cifra.
En su lugar, los países occidentales apuestan por alarga la vida de sus centrales nucleares. Si inicialmente fueron diseñadas para 40 años, en Estados Unidos ya hay planta con permiso para funcionar hasta los 60 y el regulador americano (NRC, en sus siglas en inglés), ya ha encargado estudios sobre su las nucleares tendrán vida más allá de los 60.
El golpe fue muy duro. En la opinión pública y en los planes atómicos. La canciller alemana, Angela Merkel, rectificó su intención de alargar la vida de las nucleares y en mayo adelantó el apagón atómico. En junio, los italianos decidieron en referéndum por una abrumadora mayoría que no querían que el país volviera a construir centrales. Bélgica y Suiza siguieron caminos parecidos y se sumaron al repliegue atómico. Chile, un país tan sísmico como Japón, abandonó sus planes atómicos y hasta en Tejas (EEUU) se cayó un proyecto en el que participaba capital japonés.
José Emeterio Gutiérrez, director de Westinghouse para el sur de Europa, opina que "lo más duro fue la decisión de Alemania, que fue precipitada. Ahora, con el tiempo, se están reactivando los planes. Quizá más lentamente que antes, pero eso es también por la crisis financiera".
Un año después, la industria atómica ha comenzado a recibir algunas buenas noticias, a ver luz al final del túnel. Estados Unidos autorizó el pasado 9 de febrero la construcción de sus dos primeros reactores desde 1978 y en su vista a las obras de la nuclear de Vogtle (Georgia), el secretario de Energía de EEUU, Steven Chu, declaró: "La energía nuclear juega un papel importante en la cesta energética de EEUU. Con más de 100 reactores nucleares en operación, la energía nuclear produce un 20% de la electricidad del país (...) El papel de la energía nuclear con fines pacíficos crece en el mundo al afrontar el cambio climático y la creciente demanda de energía".
Allí, Westinghouse construye ya sus dos primeros reactores del tipo AP1000, preparados, según el fabricante, para superar situaciones como las de Fukushima, al poder estar durante 72 horas sin refrigeración.
Francia, el país más nuclear del mundo, y el que más tiene que perder si la tecnología se hunde, también ha reafirmado su apuesta. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, visitó el pasado febrero la nuclear más antigua de Francia, la de Fessenheim, en servicio desde 1977, y garantizó su continuidad. El candidato socialista, François Hollande, que inicialmente anunció que pretendía bajar la aportación nuclear desde el 75% de la electricidad al 50% ha matizado su anuncio de que cerraría esa planta. El pasado 17 de febrero, Sarkozy y el primer ministro británico, David Cameron, ratificaron su apuesta por la energía nuclear.
En España, una de las primeras decisiones del Gobierno de Mariano Rajoy ha sido poner en marcha los trámites para prorrogar la vida de Garoña hasta 2019. La central burgalesa se conectó a la red en 1971 y es de las más antiguas del mundo. Tras Fukushima, la banca suiza UBS la colocó en el listado de las centrales abocadas al cierre. Garoña es gemela al primer reactor dañado en Fukushima, pero ni eso ha arredrado al Ejecutivo.
La República Checa, Finlandia, Lituania, Polonia y Suecia también han anunciado planes nucleares, aunque la experiencia muestra que muchas veces estos anuncios no se concretan en obras (o al menos que tardan décadas en hacerlo).
El vicepresidente del Parlamento Europeo, Alejo Vidal Quadras, pronuclear declarado, cree que lo que ha ocurrido es un baño de realismo: "Fukushima fue un shock, pero con el tiempo la realidad se impone porque las necesidades de tener seguridad de suministro energético y de lucha contra el cambio climático se imponen".
María Teresa Domínguez, presidenta del Foro Nuclear, ofrece una visión muy optimista de la situación: "Después de un año, la situación en Fukushima está absolutamente controlada y no hablamos de que haya habido personas irradiadas. Eso ha hecho que los planes nucleares no se vean cuestionados y sí afianzados".
Los ecologistas consideran, en cambio, que todo esto forma parte de una campaña de lavado de cara, una especie de negación de la realidad. "Este golpe es peor para la industria que el de Chernóbil. Entonces podían decir que era tecnología soviética y un país con pésima gestión, pero ahora no. Las nucleares han perdido en Alemania, Italia, Bélgica... y Japón, que ha demostrado que el ahorro y la eficiencia permiten apagar nucleares sin problemas".
José Emeterio Gutiérrez es más moderado. Él, como otros ingenieros, vivió el accidente como un shock, con la sensación de que estaban asistiendo a algo irreal. Nadie les había preparado para ello, porque para el sector nuclear -al contrario que el de la aeronáutica, por ejemplo- los accidentes simplemente no podían ocurrir. "Al principio vi las noticias y estaba tranquilo. Pensé que la central aguantaría perfectamente. Cuando perdieron los generadores diésel [que refrigeran la central en caso de pérdida de suministro eléctrico] me quedé muy impresionado. ¿Cómo es posible si están preparados para eso? Podemos explicar lo que ha pasado, pero no justificarlo".
Este golpe es peor para la industria que el de Chernóbil. Entonces podían decir que era tecnología soviética y un país con pésima gestión, pero ahora no"
Pero, ¿significan estas buenas noticias que el mundo va hacia un renacer nuclear masivo? ¿O simplemente que el riesgo está aceptado y se considera inevitable, una especie de mal menor? Más bien lo segundo. Los dos reactores nucleares que construye EEUU y los dos que está a punto de aprobar irán a Estados del sur del país con un mercado regulado. Es decir, que la eléctrica que los opera tiene garantizada la retribución de cada kilovatio hora que produzca. No asumen el riesgo de competir con otros tecnologías durante décadas.
Al margen de los factores de seguridad y de opinión pública, hay aspectos económicos que en buena parte del mundo lastran los desarrollos atómicos. La caída de la demanda eléctrica por la crisis en los países desarrollados, la restricción del crédito, la eclosión de gas no convencional barato y el auge de las renovables (la eólica no anda lejos de ser competitiva) son factores que van contra la energía nuclear. Al menos, contra la construcción de nuevos reactores, ya que requieren grandes inversiones.
Además, Fukushima obligará a inversiones masivas en las plantas existentes para poder responder. En España, por ejemplo, el Consejo de Seguridad Nuclear obligará a cada central a construir un edificio de refugio para los trabajadores en caso de accidente y un centro de respuesta común disponible a cualquier hora del año con un retén de emergencia capaz de ir a cualquier emergencia. Si actualmente, cada central invierte unos 10 millones al año en mejoras, ahora deberán multiplicar esa cifra.
En su lugar, los países occidentales apuestan por alarga la vida de sus centrales nucleares. Si inicialmente fueron diseñadas para 40 años, en Estados Unidos ya hay planta con permiso para funcionar hasta los 60 y el regulador americano (NRC, en sus siglas en inglés), ya ha encargado estudios sobre su las nucleares tendrán vida más allá de los 60.