Los acontecimientos catastróficos
—guerras, atentados, desastres naturales— suelen golpear dos veces.
Primero con caos, destrucción y víctimas directas. Después, a través de
las reacciones humanas a ese evento. La original no siempre es la más costosa, ni en dinero ni en vidas humanas.
En los años posteriores a los atentados del 11 de septiembre fallecieron, en accidentes de tráfico, en torno a 1.600 más estadounidenses de los previstos.
Esta cifra plantea la posibilidad de que el miedo haya sido un fuerte
condicionante para mucha gente, que haya preferido conducir en vez de
volar. Y este cambio de comportamiento, a su vez, habría llevado al
aumento en el número de víctimas en carretera.
Pero el miedo es sólo una parte de la explicación. Un grupo de investigadores del Instituto Max Planck de desarrollo humano observó que los cambios en los hábitos conductores variaba mucho de una región a otra de Estados Unidos. Y no había una correlación entre la cercanía a los ataques y estas alteraciones.
Los científicos plantearon la hipótesis de que había otro factor que influía en este «efecto secundario» de los atentados: la posibilidad de conducir. Mientras que el miedo explica los motivos del cambio, es necesario un ambiente propicio que permita dicha modificación de la conducta.
Miedo y ambiente
Después de una recolección masiva de datos
que incluía desde el número de accidentes fatales hasta el número de
millas conducidas acumuladas de cada Estado, los analizaron. Y
descubrieron que, efectivamente, la gente condujo más después del 11-S.
Casi 50 kilómetros más de media por habitante en los tres meses siguientes. Un aumento muy superior que el esperado en comparación con años anteriores.
Sin
embargo, este fenómeno apenas ocurrió entre las personas que vivían
cerca de Nueva York. Donde se dio con más intensidad fue en los lugares
que tenían lo que los investigadores denominan «oportunidad de conducir». Es decir, entornos en los que ir de un lugar a otro conduciendo —y no en avión— tenía sentido.
El aumento de los kilómetros conducidos llevó asociado un incremento de víctimas mortales
por accidentes de tráfico. Estos resultados sugieren que aunque el
miedo puede inducir a la gente a llevar a cabo actividades peligrosas
—si se compara conducir con volar en avión—, no es factor suficiente.
«Para
ser capaces de predecir dónde, o de qué manera, pueden afectar más
severamente los efectos secundarios de alguna catástrofe, hace falta
prestar atención a las estructuras ambientales que permiten que el miedo derive en comportamientos peligrosos», explican en su artículo, publicado en la revista Psychological Science.
Según Wolfgang Gaissmaier,
uno de los investigadores, entender que los comportamientos de las
personas dependen tanto de su «mente» como de su ambiente ofrece dos caminos para fomentar los cambios de conducta: cambiar su mente o cambiar su entorno.