Para las mismas condiciones, tener tanto la batería como el almacenamiento extraíbles no es algo inherentemente negativo. De hecho tiene algunos aspectos muy recomendables.
Y aquí es donde está el punto clave, en el “para las mismas condiciones”. El hecho de permitir extraer la batería provoca que el fabricante tenga menos espacio para insertar una batería de mayor capacidad. Con una batería fija se ahorran el espacio y el tiempo que se necesita para construir una tapa trasera sólida pero lo suficiente ligera como para no perjudicar el resultado y peso final.
Tenemos entonces la siguiente disyuntiva. ¿Qué preferimos una batería más grande o una que podamos cambiar cuando queramos?
La tendencia del mercado es ir en la dirección minimalista y reductora, eliminando cualquier posibilidad de toquetear el chasis o el interior del smartphone. Los fabricantes prefieren construir móviles y tablets que sean imposibles de reparar pero que dispongan de un diseño final más compacto.
A favor de la batería fija es que no tendremos que preocuparnos en llevar múltiples baterías, pero no solo porque no podamos insertarlas, sino porque en principio se presupone que la capacidad de nuestra batería será mayor. El fenómeno de la batería fija también tiene mucha relación con nuestros hábitos a la hora de cargar el dispositivo. Si encontramos el momento oportuno durante el día podremos llegar a la noche sin preocupaciones. Y quizás ahora no sea tan común encontrar enchufes libres, pero esperemos que con el auge de la carga inalámbrica se nos brinde de más momentos de carga a lo largo de la jornada.
Para el almacenamiento interno tenemos una problemática similar. ¿Dónde colocamos la tarjeta microSD si no tenemos tapa trasera extraíble? De ahí que la mayoría de dispositivos que vienen con batería extraíble también cuenten con la opción de microSD.
El almacenamiento en la tarjeta SD también tiene un problema añadido. Google está empeñado en que utilicemos su nube de información, y esto es a costa del uso de las tarjetas. Aunque tienen una razón adicional. Utilizar varias unidades de almacenamiento lo único que consigue es que el usuario tenga problemas para diferenciar unos discos de otros, además de todos aquellos problemas de almacenamiento reducido que tenían los primeros Android.
Los fabricantes se excusaban en el uso de la tarjeta SD para ofrecer memorias internas insuficientes para instalar todas las apps necesarias. Estas tarjetas tienen que tener además el rendimiento suficiente como para equipararse a la memoria NAND para poder manejar el sistema sin que el usuario note diferencias.
Este rendimiento se consigue fácilmente con tarjetas de clase superior a 6 y afortunadamente los procesadores integran los controladores necesarios para que estos dispositivos externos funcionen bien, lo que al final todo se reduce en una cuestión de microsegundos. Si lo que vas a manejar desde la SD son archivos simples como texto, imágenes o vídeos no habrá problemas. Pero si quieres que las aplicaciones instaladas allí vayan tan fluidas como en la memoria interna será todo más complejo a no ser que tengas una buena microSD.
Los precios marcan muchas veces el éxito de una tecnología. Si viéramos baterías externas super ligeras y a un precio tentador muchos nos plantearíamos seriamente que nuestro smartphone tuviera la posibilidad de poner una. Lo mismo para las tarjetas, el día que las Clase 10 vengan en formatos de 64 o 128GB a un precio lógico, entonces volveremos a ellas.
Al contrario que Samsung con el Galaxy S4, Google y algunos fabricantes prefieren la vía de eliminar la opción extraíble y cobrarnos más de 50€ por un almacenamiento un poco mayor. Gracias también a que esta decisión viene acompañada de un rendimiento mayor, un diseño más compacto y una autonomía en la batería que hace la diferencia.