Un pergamino de 60 metros, escrito entre el 17 y el 20 de agosto de
1308, con la confesión de los templarios ante los tres cardenales
enviados por el papa Clemente V al castillo de Chinon. La carta que le
escribieron 83 lores ingleses en 1530 al séptimo de los papas llamados
Clemente pidiéndole que anulase el matrimonio de Enrique VIII y Catalina
de Aragón. La excomunión de Lutero (1520), el dogma de la Inmaculada
Concepción (1854) o la llamada “bula de partición” con la que el papa
Alejandro VI concedía a los Reyes Católicos en 1493 todas las tierras
“descubiertas y por descubrir” al oeste de una línea entre el Polo Norte
y el Polo Sur (el resto, para los portugueses). Incluso una carta
fabricada con corteza de abedul en 1887 y enviada por el jefe de la
tribu Ojibwe —también conocida por Chippewa— al papa León XIII, en la
que le llaman “gran maestro de las plegarias, que hace las veces de
Jesús”. Los 100 documentos del Archivo Secreto Vaticano que, a partir de
hoy y hasta el 9 de septiembre, dejarán de ser secretos y se mostrarán
en el Museo Capitolino de Roma
son un tesoro jamás abierto al público, una auténtica maravilla. Y eso
que apenas constituyen una parte minúscula de los 85 kilómetros de
estanterías del archivo creado en 1612 —hace tan solo cuatro siglos— por
el papa Pablo V Borghese.
Ahora que el diablo parece estar haciendo de las suyas entre la curia vaticana, que anda levantisca y enfrentada ante la debilidad física y estratégica de Benedicto XVI, una visita al Archivo Secreto del Vaticano ayuda a poner las cosas en su justa medida. Desde hace 20 siglos para acá, prácticamente no ha habido asunto del cielo o de la tierra en el que el Romano Pontífice de turno no haya tenido algo que ver. Lógico parece que en el dogma de la Inmaculada —a través de la bula Ineffabilis Deus— fuese un Papa, en este caso Pío IX, quien tuviera la última palabra (había cardenales que no lo tenían tan claro y el Papa hizo valer su infalibilidad). E incluso que estuviese entre las competencias de León X considerar herejías 41 de las 95 propuestas de Lutero y, por consiguiente, redactar la correspondiente bula de excomunión. O, ya puestos, mandar a la hoguera del Campo dei Fiori, por hereje y por apóstata, al dominico Giordano Bruno en 1600. Sin embargo, la muestra viene a llamar la atención —sobre todo desde la perspectiva actual—sobre el papel determinante que la Iglesia ha jugado en la historia.
Quienes visiten la exposición —que se llama Lux in arcana (Luz sobre el misterio)— tendrán la oportunidad de sobrecogerse al ver la firma de Galileo Galilei (1564-1642) al final de un grueso volumen en el que se recoge el proceso seguido contra él por la Congregación del Santo Oficio —la Inquisición— entre 1616 y 1633. El resultado, una frase, de su puño y de su letra temblorosa, las palabras con las que reniega finalmente de que la tierra gire alrededor del sol: “Yo, Galileo Galilei he renegado…”. Como compendio del poder del cielo en la tierra, los que visiten la exposición podrán detenerse en un documento —el Dictatus Papae de Gregorio VII— en el que deja claro que el Sumo Pontífice puede reformar cualquier sentencia dictada por otros, sean reyes o emperadores.
También se podrán ver algunos documentos relativos a la Segunda Guerra Mundial, si bien —como explicaron los promotores de la exposición—hasta ahora solo se pueden consultar los documentos del archivo comprendidos hasta la muerte, en 1939, de Pío XI. Desde entonces hasta ahora, de Pío XII a Benedicto XVI—, todos los papeles del Vaticano están sin desclasificar, fuertemente custodiados.
La exposición —organizada a medias entre el Archivo Secreto y la ciudad de Roma y patrocinada por la empresa EMC— pretende destacar además la estrecha relación entre el Estado vaticano y la capital de Italia. Los organizadores presumen de que el periodo más difícil para el archivo fue precisamente cuando no estuvo en Roma. En 1810, Napoleón ordenó el traslado a París del archivo y se perdieron documentos valiosísimos. Desde su regreso a Roma, en 1815, el Archivo Secreto ha sido cuidado con mimo.
Los documentos que verán la luz por primera vez, y que están comprendidos entre el siglo VIII y la primera parte del siglo XX, gozan de un buen estado de conservación. La selección (no debe ser fácil escoger 100 documentos entre 85 kilómetros de estanterías y tantos siglos de historia) se ha realizado pensando en interesar al mayor público posible. Por eso, además de las peripecias de Galileo Galilei y de Giordano Bruno, de la confesión bajo torturas de los templarios o de las angustias financieras de Miguel Ángel, también se ha incluido un guiño a los amantes de lo rosa. Hay hasta una carta de María Antonieta desde la cárcel: “Los sentimientos de quienes participan en mi dolor…”.
Ahora que el diablo parece estar haciendo de las suyas entre la curia vaticana, que anda levantisca y enfrentada ante la debilidad física y estratégica de Benedicto XVI, una visita al Archivo Secreto del Vaticano ayuda a poner las cosas en su justa medida. Desde hace 20 siglos para acá, prácticamente no ha habido asunto del cielo o de la tierra en el que el Romano Pontífice de turno no haya tenido algo que ver. Lógico parece que en el dogma de la Inmaculada —a través de la bula Ineffabilis Deus— fuese un Papa, en este caso Pío IX, quien tuviera la última palabra (había cardenales que no lo tenían tan claro y el Papa hizo valer su infalibilidad). E incluso que estuviese entre las competencias de León X considerar herejías 41 de las 95 propuestas de Lutero y, por consiguiente, redactar la correspondiente bula de excomunión. O, ya puestos, mandar a la hoguera del Campo dei Fiori, por hereje y por apóstata, al dominico Giordano Bruno en 1600. Sin embargo, la muestra viene a llamar la atención —sobre todo desde la perspectiva actual—sobre el papel determinante que la Iglesia ha jugado en la historia.
Quienes visiten la exposición —que se llama Lux in arcana (Luz sobre el misterio)— tendrán la oportunidad de sobrecogerse al ver la firma de Galileo Galilei (1564-1642) al final de un grueso volumen en el que se recoge el proceso seguido contra él por la Congregación del Santo Oficio —la Inquisición— entre 1616 y 1633. El resultado, una frase, de su puño y de su letra temblorosa, las palabras con las que reniega finalmente de que la tierra gire alrededor del sol: “Yo, Galileo Galilei he renegado…”. Como compendio del poder del cielo en la tierra, los que visiten la exposición podrán detenerse en un documento —el Dictatus Papae de Gregorio VII— en el que deja claro que el Sumo Pontífice puede reformar cualquier sentencia dictada por otros, sean reyes o emperadores.
También se podrán ver algunos documentos relativos a la Segunda Guerra Mundial, si bien —como explicaron los promotores de la exposición—hasta ahora solo se pueden consultar los documentos del archivo comprendidos hasta la muerte, en 1939, de Pío XI. Desde entonces hasta ahora, de Pío XII a Benedicto XVI—, todos los papeles del Vaticano están sin desclasificar, fuertemente custodiados.
La exposición —organizada a medias entre el Archivo Secreto y la ciudad de Roma y patrocinada por la empresa EMC— pretende destacar además la estrecha relación entre el Estado vaticano y la capital de Italia. Los organizadores presumen de que el periodo más difícil para el archivo fue precisamente cuando no estuvo en Roma. En 1810, Napoleón ordenó el traslado a París del archivo y se perdieron documentos valiosísimos. Desde su regreso a Roma, en 1815, el Archivo Secreto ha sido cuidado con mimo.
Los documentos que verán la luz por primera vez, y que están comprendidos entre el siglo VIII y la primera parte del siglo XX, gozan de un buen estado de conservación. La selección (no debe ser fácil escoger 100 documentos entre 85 kilómetros de estanterías y tantos siglos de historia) se ha realizado pensando en interesar al mayor público posible. Por eso, además de las peripecias de Galileo Galilei y de Giordano Bruno, de la confesión bajo torturas de los templarios o de las angustias financieras de Miguel Ángel, también se ha incluido un guiño a los amantes de lo rosa. Hay hasta una carta de María Antonieta desde la cárcel: “Los sentimientos de quienes participan en mi dolor…”.