Es una matanza, cubierta por la ley del silencio y de la indiferencia: 20 mujeres han sido asesinadas, solamente en Piana di Gioia Tauro, una zona geográfica de la provincia de Reggio Calabria, en el sur de Italia. Fueron víctimas de una brutalidad arcaica, atávica y sin sentido, como es la del delito de honor. Mujeres asesinadas por sus más estrechos parientes, maridos, hermanos, padres e incluso hijos pertenecientes a la 'Ndranghetao mafia calabresa, convertidos en ejecutores de sentencias de muerte.
Lo
cuenta en un dramático reportaje el semanario L'Espresso en su último
número. Asesinan a la mujer por una traición, que no tiene por qué estar
relacionada con una verdadera relación de infidelidad y el adulterio
sea real. Se puede asesinar a chicas que chatean en Internet o establecen una relación virtual. Eso es suficiente para desencadenar una sentencia definitiva de muerte.
A
menudo esconden la verdad simulándola con un suicidio, pero el mensaje
de venganza es claro, un mensaje compartido por muchos en los pueblos
donde comandan las mafias. Parece increíble que en el siglo XXI pueda
existir ese feroz atavismo llamado delito de honor, que sigue siendo la
regla para la 'Ndrangheta, como en el remoto Afganistán de los talibanes, en nombre de un bárbaro código que se suponía cancelado para siempre.
El adulterio, castigado con la muerte
Ahora algunas jóvenes llenas de coraje han desafiado esas jaulas del horror y régimen familiar de tortura. Otras mujeres, magistradas del Estado, como Alessandra Cerreti, las han convencido para que presenten denuncia y colaboren con la justicia, garantizándoles protección, según informa L'Espresso. El fiscal antimafia de Reggio Calabria,Michele Prestipino, ha abierto una investigación sobre una veintena de casos de mujeres asesinadas, archivados como suicidios o sin encontrar ningún culpable.
Todos
delitos de honor y con el mismo móvil. «La mujer que traiciona o
deshonra la familia debe ser castigada con la muerte», ha confesado a
los magistrados recientemente Giuseppina Pesce, de 33 años, que está
colaborando con la justicia. Conoció a su marido con apenas 14 años,
cuando él tenía 22. Se quedó embarazada con 15 años, en el primero de
sus tres hijos.
La
vida diaria de Giuseppina era de relación constante con asesinos de la
mafia y narcotraficantes, mientras su marido la trataba como una bestia.
«Me torturaba porque me rebelaba, porque decía lo que pensaba, y él
para que me estuviera callada me agredía». Después de muchas dudas,
Giuseppina confió en la magistrada Cerretti y le confesó sus 16 años de
torturas y marginación, así como historias de otras mujeres masacradas
por la mafia por considerarlas infieles y traidoras. Hoy los fiscales investigan otras muchas historias parecidas a la de Giuseppina.