domingo, enero 06, 2013

Confeti para cubrir la sangre

Según testigos presenciales, el niño se tiró a la carroza mientras estaba parada a por caramelos. Pero echó a andar y él estaba debajo.

Era de las primeras carrozas, aunque ya estábamos con los bolsillos llenos de caramelos y de kikos, novedad de este año. Por la Plaza del General Torrijos las familias de la zona de Málaga Este habían cogido posiciones desde una hora antes, muy cómodo este año llegar por la amplitud de los aparcamientos del Muelle 1. Los niños delante, primero sentados en el bordillo, pero luego cada vez más adelantados, en una carrera por acercarse a las carrozas que resultó mortal, con algún adulto responsable y los padres más cómodos, detrás, de reencuentros entre cabalgata y cabalgata, quedando para el chocolate con churros de después. Es la zona familiar por antonomasia, con hermanos vestidos iguales, los calcetines estirados a la rodilla, las niñas con las chaquetas de punto a juego con los leotardos y las merceditas, niños del Limonar, de los jesuitas, de las teresianas. Ya había pasado Bob Esponja, unas cartas bailarinas con Alicia en el País de las Maravillas bailando entre ellas, y los personajes del Libro de la Selva debajo de palmeras de plástico. El autobús de Limasa había enmoquetado el suelo de caramelos y, en ese movimiento rápido de tirarse a por uno de ellos, daba tiempo a preguntarse si merecía la pena el empujón, el arrebatar una diminuta golosina de limón en una milésima de segundo a esa abuela que se iba con la mano vacía.


Se pararon las carrozas, algo normal al principio. Pero empezó a ser más tiempo de lo habitual. Unos decían que era un pinchazo de una rueda. Otros ya hablaban de un atropello casi mortal. Uno de los abuelos se acercó a la carroza azul donde los niños del distrito de Cruz de Humilladero miraban para otro lado. Volvió con las lágrimas saltadas: «Es horrible. Es un niño. El que le ha hecho el boca a boca tenía la cara llena de sangre». Resultó ser su propio padre, médico. Según testigos presenciales, el niño fue uno de los que se tiró debajo de la carroza a por caramelos, «como tantas veces otros años, mientras estaban paradas», contaba uno de los que estaba cerca, con dos hijas en la lucha por el caramelo en primera fila. Pero empezó a andar, y el niño estaba debajo. Hubo madres que golpearon la carroza, pero era demasiado tarde. Tiempo suficiente para destrozar una vida que segundos antes era el paroxismo de la alegría infantil. Nadie bajó a los niños de la carroza. Se limitaron a pedir que miraran para otro lado, a ese lateral del Parque por donde tenían que empezar a asomar los tres reyes magos. En diez minutos, alguien tiró confeti donde antes hubo sangre.

Se fue haciendo el silencio, llegó primero una ambulancia de Protección Civil y luego otra del 061. No se movía. La noticia pasaba de grupo en grupo. Unos aventuraban que era buena señal, todavía se podía hacer algo por salvar a ese niño. Otros eran más pesimistas al ver que en minutos eternos la sirena de la ambulancia no arrancaba un rugido de esperanza camino de Carlos Haya. Una de las madres más cercanas al suceso, luego, con los niños más tranquilos ya en el Muelle Uno, reflexionaba: «No puede ser. Yo no daba crédito a la tranquilidad con la que los padres dejaban a los niños solos en primera fila. Yo le he tenido que decir a una madre que yo tenía que cuidar a los tres míos, que no podía hacer de canguro de los suyos que no conocía y se tiraban como locos a por los caramelos. Son muy pequeños». Pero, como ella misma admitía, son reflexiones a un toro pasado que nadie imaginó. Si no hubiera pasado, el año que viene todos los padres seguirían actuando igual.

Pero las caras se iban desencajando. Muchos nos quedamos sin ganas de más cabalgata. Los que nos íbamos, lo hacíamos serios y sin apenas hablar. Los niños de apenas cuatro años se habían enterado ligeramente, pero habían escuchado más de lo necesario: «Se ha muerto un niño debajo de una carroza», decía mi hija al llegar a casa de los abuelos. Alguien de servicios operativos pedía unas vallas por un móvil. Un señor decía «qué clase de Ayuntamiento es este que no pone vallas». Los que nos marchábamos impresionados, sin ganas de contar caramelos, nos cruzábamos con otros alegres, con las bolsas vacías, ansiosos por gritar «aquí, aquí». Pero allí había pasado una desgracia. Y en una casa de Parque Clavero es probable que nunca se vuelva a celebrar la noche de Reyes. Con razón objetiva o sin ella, muchos volveremos, o no, a la cabalgata con otra actitud.