Cada una de estas redes sociales se ajusta mejor a un perfil. La del pájaro azul es más cerebral. La de Zuckerberg, más corporal. Para aquellos que se sienten enajenados, solos, raritos por su
distancia del cada día más omnívoro mundo virtual y están contemplando
empezar el año nuevo apuntándose a Facebook o a Twitter, o incluso para
los que están pensando abandonar lo que para muchos se ha vuelto una
especie de adicción, una guía.
» ¿Facebook (mil millones registrados en todo el mundo) o Twitter
(500 millones)? Depende de si uno tiende más al exhibicionismo o al
narcisismo. Facebook, la mejor opción para los exhibicionistas, ofrece,
con su muro —el nombre del espacio donde se deposita la información—, un
espléndido escaparate para aquellos que sienten necesidad de compartir
con el mundo los detalles íntimos de sus vidas, desde el primer beso con
la nueva novia (clic, la foto; clic, enviado a los amigos de Facebook),
al aquí estoy yo con mi nuevo vestido/bikini/zapatillas Nike, al
delicioso café y cruasán del desayuno, al intento autoanalítico de cómo
me siento tras el disgusto con mamá.
Twitter, por el contrario, se acomoda más al narcisista, a aquel que
tiene que demostrar al máximo número de gente posible (el gran indicador
de esta red es el número de followers o seguidores, personas que
voluntariamente buscan el perfil de uno y se apuntan para recibir lo que
el elegido quiera decir) lo listo o gracioso o ingenioso que es, o lo
informado que está sobre los acontecimientos mundiales. Twitter, que
solo admite 140 caracteres por entrada, es más cerebral; Facebook, donde
se publican 750 millones de fotos cada fin de semana, más corporal.
Si, como ha dicho Santiago Segurola, Twitter es “un bar de
borrachos”, Facebook es un burdel. O, quizá, para ser un poco más
justos, Twitter es un bar cualquiera en el que algunos se emborrachan y
se dicen de todo y Facebook es un club de copas en el que existe la
opción de ligar.
Sin duda, si el propósito es navegar por las redes sociales para
conocer gente con fines románticos y/o sexuales, Facebook es la opción
para ti —descontando las específicas con este fin, claro—. Twitter, en
cambio, es más útil para aquellos a los que les da lo mismo generar
admiradores o enemigos, con tal de que se cumpla el requisito primario
de que se les preste atención. Twitter es más irónico, esconde más;
Facebook es más emocional y más revelador.
» ¿Es bueno esto para la salud mental? Buena pregunta, ya que se han
hecho montones de estudios sobre el tema. Tras un repaso por la web
parece existir un sesudo consenso. Del mismo modo que la avalancha de
información en Internet logra que la gente sepa menos sobre más cosas,
que posea muchos datos pero profundice poco en ellos, los contactos
personales a través de las redes sociales ofrecen más cantidad que
calidad.
Un amigo, pillado hace poco jugueteando con su smartphone
mientras esperaba a alguien en un restaurante, sonrió y dijo: “Lo
maravilloso de estos aparatitos es que nunca más tienes que sentirte
solo”. Pues según los estudiosos en el tema, es al revés. En Estados
Unidos, donde no hay faceta de la vida humana que no se someta a las
estadísticas, todo indica que Twitter y Facebook han hecho que sus
usuarios sientan más soledad que nunca.
Mucho ruido y pocas nueces o, como dirían los académicos norteamericanos, “the Internet paradox”, la paradoja de Internet. La contradicción consiste, dicen, en que cuanto más conectados estamos, más solitarios nos sentimos.
Un artículo en la revista Atlantic el año pasado lo resumió
así: “Nuestras omnipresentes nuevas tecnologías nos llevan a hacer
conexiones más y más superficiales”. O sea, el diálogo es constante y
extraordinariamente extenso, atravesando fronteras y continentes
enteros, pero la calidad de la comunicación es limitada. Al no poder ver
al otro, al no mirarle los ojos y detectar sus momentos de duda o rabia
o vulnerabilidad, uno es incapaz de forjar una conexión humanamente
completa, de construir un enlace empático. Uno pretende mostrar su mejor
cara o su agilidad mental pero no deja de proyectar una visión
idealizada de uno mismo, sin dejar entrever los puntos débiles que uno
tiene, como ocurre cuando uno está con alguien en persona.
En el mundo físico y táctil, uno, tarde o temprano, se delata, por
más que pretenda vender una imagen de potente autosuficiencia. Es a
través de estos matices, de estas rendijas de la de personalidad como se
forjan relaciones de auténtica amistad y eso es precisamente los que
Facebook y Twitter tienden a ocultar. Con lo cual las relaciones en las
redes sociales llenan los ojos y ocupan las mentes, pero vacían el
corazón. Este, al menos, es el argumento de los que dicen que esto no es
bueno para la salud mental.
» ¿Los que utilizamos Facebook y/o Twitter somos patéticos? Si la
respuesta es afirmativa, patéticos somos muchos. La cuestión es si
utilizar estos mecanismos de comunicación acentúa nuestra soledad o si
lo que hacen es atraer a personas a las que les cuesta relacionarse con
los demás. Según un estudio que se hizo en Australia hace un par de años
y que tuvo mucha repercusión, sí existe una correlación entre las horas
que la gente dedica a Facebook y el grado de soledad que sienten, o que
sentían antes de que Facebook apareciera en sus vidas.
Bien, pero esto no significa que todos o la mayoría de personas que
navegan por las redes sociales sean unos tristes ineptos en el cara a
cara. Seguramente se podrá decir que cuantas más horas uno pase frente a
la pantalla del ordenador o de la tableta o del móvil mayor posibilidad
hay de que sufra un trastorno depresivo o antisocial. Pero, ¿es más
patético estar cotorreando por Facebook o Twitter que estar en casa solo
viendo la televisión o en el autobús o en el tren mirando por la
ventana?
La dimensión nueva que aportan las redes sociales es poder ver la
telenovela o el partido y al mismo tiempo compartir por el telefonito
comentarios, críticas, gracias sobre lo que estás viendo. Siempre y
cuando uno tenga también una vida fuera del terreno informático las
redes sociales ofrecen la posibilidad de hacer algo mucho menos
complicado o ambicioso que forjar relaciones nuevas o sondear en las
profundidades de nuestro ser: nos permite pasar un rato divertido. Y
eso, dentro de las opciones que nuestra breve estancia en la tierra
ofrece, no es nada desdeñable.
» ¿Es peligroso todo esto? Para los niños, especialmente, Facebook,
sí. Para evitar el riesgo de caer en manos de degenerados es altamente
recomendable que los padres tengan acceso a las cuentas de sus hijos
pequeños y que las vigilen continuamente. Para los mayores, Twitter
podría llegar a representar otro tipo de amenaza. Concretamente, crear
complicados problemas legales en el caso de que más países decidan
seguir el ejemplo del Reino Unido. Allá se considera que los tuiteros
están sujetos a las mismas leyes de difamación que los periódicos. Se
dio el caso en noviembre de un señor que fue acusado en Twitter de ser un pederasta.
La acusación fue falsa y ahora no solo la persona que publicó el tuit
original sino que todos los que le retuitearon —más de mil personas—
viven bajo la amenaza, hecha por el señor implicado, de que les va a
demandar. Ya hubo un caso anterior en Londres de alguien que tuvo que
pagar 90.000 libras, o 110.000 euros, por haber hecho una acusación
falsa en Twitter.
Los británicos parece que se han pasado. Una cosa es lo que se
escribe en un periódico —ponderado por el escritor (aunque a veces no lo
parezca) y revisado, se supone, por editores— y otra es lo que uno
lanza a la webesfera en un momento de irresponsabilidad o juerga
desaforada desde el teléfono móvil.
Uno que trabaja en este negocio quiere pensar que existe una
diferencia radical entre un bar de borrachos y un periódico; que cuando
uno es periodista es periodista y cuando uno es tuitero es tuitero. Por
otro lado, que se extiendan las leyes de difamación británicas a todo el
mundo podría tener sus compensaciones para la sufrida profesión
periodística. Podría suponer una nueva fuente de ingresos. Por ejemplo,
en el caso de que algunos de los que trabajamos en este diario
demandásemos a aquellos que cuestionan nuestra reputación insistiendo,
hasta el aburrimiento, que si no compartimos su noción de que José
Mourinho combina las virtudes de El Cid, Nelson Mandela y la Madre
Teresa de Calcuta tiene que ser porque a cambio recibimos una paga extra
de nuestra empresa, o que se reduce nuestra posibilidad de ser
despedidos. Tiene su encanto la idea.
Pero mejor no. Mejor que olvidemos el mojigato ejemplo británico e
insistamos en que lo que se diga dentro del bar quede dentro del bar,
lejos del alcance de las leyes humanas y divinas.
» Finalmente, ¿yo con quién voy? ¿Twitter o Facebook? He probado las
dos cosas y decididamente me decanto por Twitter. A muchos periodistas
les gusta decir que se han metido en esta profesión para cambiar el
mundo, para defender los derechos humanos, incluso — ¡por el amor de
Dios!— para contar la verdad. Bien. Algo de eso —bastante de eso— hay,
sin duda. Pero negar que, como todos los escritores, no lo hacemos
también por vanidad, para ser admirados, recibir aplausos y llegar a
muchos lectores es caer en la mentira o en el autoengaño. Twitter
canaliza y alimenta el narcisismo y no es ninguna casualidad que
muchísimos periodistas seamos tuiteros.
¿Facebook? No, gracias. Uno ya hace más que suficientemente el ridículo en la vida real.