En febrero del año pasado empezaron a correr los primeros rumores de que Google estaba trabajando en unas gafas basadas en Realidad Aumentada.
Una nueva clase de dispositivo electrónico destinada a colocar, de
forma instantánea, cualquier clase de información directamente frente a
los ojos de los usuarios. Apenas un par de meses después, el coloso de
Mountain View presentaba en un vídeo su nuevo «Project Glass». Y algo se
removió en las entrañas de los mayores fabricantes de electrónica del
planeta.
En el vídeo de Google, el usuario de las gafas milagrosas estaba permanentemente conectado a internet. Sobre una pequeña pantalla, o sobre las mismísimas lentes, se podían mostrar mapas, agendas, rutas, imágenes... Bastaba con mirar al cielo para que aparecieran los datos meteorológicos,
o a un edificio para saber si en su interior se ocultaba el restaurante
que estábamos buscando, o la exposición de moda, o la tienda de
electrónica de nuestros sueños...
Desde entonces, Google ha llegado incluso a mostrar algún
prototipo, aunque dejando bien claro que el proyecto está aún en fase de
desarrollo y que por delante hay aún un número no despreciable de
dificultades.
Entre ellas, por ejemplo, está la cuestión del interfaz. O
dicho de otro modo, la forma en que los usuarios darán a las gafas las
instrucciones oportunas para que hagan en cada momento lo que queremos
que hagan.
La cuestión no es banal. En efecto, y a diferencia de un
ordenador o un móvil, las gafas no disponen de un teclado en el que
escribir nuestras peticiones. ¿Cómo comunicarse entonces de una forma
sencilla con el nuevo dispositivo? Se sabe que el gigante de internet
está ensayando varias formas de hacerlo, desde la voz a un ingenioso
sistema basado en un rayo láser y gracias al cual el propio usuario
puede proyectar un teclado virtual sobre su antebrazo o sobre el dorso
de su mano.
La idea cuenta con su correspondiente patente aunque, por
supuesto, eso no garantiza en absoluto que al final sea esa la idea que
llegue a convertirse en realidad. En ese sentido, basta ver qué es lo
que están haciendo algunos de sus más feroces competidores. Apple, Sony,
Olympus o Microsoft son solo algunos ejemplos. Todos ellos han
patentado, o incluso llegado a fabricar, su propio modelo de «gafas
inteligentes», aunque, eso sí, cada una con sus propias características.
Por ejemplo, las futuras «iGlass» de Apple (si es que llegan a llamarse así), están más pensadas para que el usuario se sumerja, literalmente, en las imágenes
que aparecen en pantalla que para interactuar con el entorno, como las
de Google. Las de Sony, aún más futuristas si cabe, permitirían que dos
usuarios diferentes compartieran información con sólo cruzar sus
miradas.
Gafas con «rebobinado»
Y las de Microsoft, más pragmáticas, harían posible, por ejemplo, que pudiéramos «rebobinar» lo que acabamos de ver para fijarnos en cualquier detalle que nos hallamos perdido. Algo que, sin duda, resultará muy útil en cualquier acontecimiento deportivo.
Así que, al parecer, nos enfrentamos al nacimiento de una
nueva categoría de gadgets que, para muchos, están destinados a ser de
uso masivo en los próximos años. De momento, y antes de plantearse el
«cuándo», la industria está pensando aún en el «cómo», aunque al parecer
Google podría empezar a comercializar la primera versión de sus gafas a
finales de este mismo año. Un negocio, desde luego, con mucha vista.