Internet ha obligado a la música a establecer un nuevo orden mundial, o algo así. Muchos de los más implicados en los conflictos entre autores, descargas, etc, lo claman embravecidos: las cosas ahora son/deben ser así, cualquier resistencia es fútil. En realidad, ahora más que nunca, todo hombre es una isla, y aquí deberíamos hablar, más bien, del nuevo desorden mundial. Cada cual tiene su opinión, minuciosamente matizada por lo que a él le conviene como creador o como usuario. Hay puntos en común, pero hilando fino se ven los enormes agujeros en el tejido de este popular conflicto. Todos tienen su opinión, sí y, como dijo aquel, éstas son como los culos: y aquí todo el mundo quiere salvar el suyo propio. Desde el creador que no trabaja lo suficiente como para permitirse palmar en derechos, al aprovechado que representa conceptos tan abstractos como los derechos de entes más abstractos aún –los internautas–. Todos están en la misma fiesta y todos quieren tomarse más cervezas que el otro antes de que se acaben.
El ser humano tiene una capacidad asombrosa para rellenar los huecos. Las cosas nunca son como son. En todo caso, son como yo me imagino, combinadas con lo que oí el otro día en el bar, lo que me contó este colega –que seguro que sabe de lo que habla– y lo que leí el otro día en no sé dónde. El resto, ya lo rellena el cerebro para convertirlo en esa verdad que me deja vivir mucho más acorde con mi propia personalidad y circunstancias.
Hace unos meses, mencioné aquí algunas mentiras comunes relacionadas con la música e Internet; cosas que se daban por sentado para tranquilidad moral de los implicados en el conflicto, pero que poco tenían que ver con la realidad. En aquella ocasión obvié la mayor mentira de todas, la gran falacia universal con respecto a los cambios provocados por internet en el mundo de la música en nuestro país: “a pesar del hundimiento del mercado discográfico, la música en directo vive una edad de oro”. Se puede escuchar en medios, en foros de Internet, en programas de televisión y en cualquier lugar en el que puedan florecer las medias verdades, bien regadas con autojustificación y esa maravillosa tendencia nuestra a rellenar huecos. Pero las cosas no son tan sencillas.
Así que, aquí va una nueva ración de mentiras de esas que se repiten una y otra vez, a ver si se convierten en verdad; mentiras que, con toda probabilidad, han escuchado o leído en más de una ocasión.
Gracias a Internet, la gente ya no compra los discos, pero va a los conciertos mucho más que antes
Éste es el jarabe de la tranquilidad de muchos usuarios de descargas ilegales: lo que falta de un lado tiene que salir de otro, así que esto cuadra. La verdad es que sí que parece haber muchos más conciertos que antes, lo que no quiere decir que el volumen de asistencia se haya incrementado de la misma forma. Si un bar deja de vender cerveza y multiplica por dos su barra de pinchos, es razonable que quien lo visite se asombre de la cantidad de pinchos que ofrece, e incluso es probable que el cómputo final de pinchos vendidos muestre un aumento, pero esto no quiere decir que por la noche, al cierre, no haya que tirar la mitad de ellos. Con la música pasa igual: la oferta ha subido, y la asistencia, en cierta medida, también, pero no al mismo ritmo. De hecho, hace tan sólo unos días, la Asociación de Promotores Musicales anunció que en 2011 la música en directo facturó casi un 13% menos que en el año anterior, y que el número de conciertos descendió en más de 900.
Lo que sí ha provocado Internet es un mayor acceso a bandas y giras pequeñas y una estupenda herramienta de promoción para los promotores independientes. Gracias a ello, muchos grupos de peso medio pasan por pequeñas salas de nuestro país con asiduidad, lo que no quiere decir que lo peten por definición. Hay más conciertos que nunca, sí, pero muchas veces, los asistentes son los mismos de siempre, esa pequeña masa de feligreses que tiene la música en directo en cada ciudad.
Los músicos ya no se ganan la vida con los discos, ahora lo hacen con el directo
La justificación perfecta. Yo no le jorobo el trabajo a nadie, en todo caso, le obligo a evolucionar. Esto es muy habitual en el discurso de los ideólogos de la “libertad de la cultura en Internet”, esos que se ganan la vida con este conflicto, mientras dictan a los creadores cómo deben enfocar su negocio a partir de ahora, repitiendo tranquilizadoramente un “no te resistas” virtual. Ya no vamos a entrar en perogrulladas como que hay miles de músicos que componen, crean, etc, sin tocar en directo porque, simplemente, no es su trabajo. Ustedes ven los conciertos que pasan por su ciudad. ¿Acaso nota una gran diferencia con lo que ocurría hace diez años? Quiero decir una gran diferencia, un auténtico cambio en el ecosistema musical que le rodea. ¿Acaso lo que la gente de su trabajo comenta cada lunes por la mañana, junto a la máquina de café, es algún concierto o evento musical del fin de semana? Mejor aún, ¿alguien puede creerse que la gente que ya no compra discos en absoluto, desvía su concienciada participación hacia la música en directo? Lo sé, lo sé, todos conocemos un caso y todos hemos ido a algún concierto más de lo previsible. Pero, por mucho que lo cacareen los fariseos de Internet, no es suficiente, Ni mucho menos, un formato de negocio alternativo que pueda mantener todos esos grupos y músicos que se descargan ilegalmente y tanto gustan a unos o a otros.
Los grupos jóvenes consiguen muchos conciertos y giras gracias a que son descubiertos en MySpace
Una vez escuché esto en boca de una conocida periodista, en un debate televisivo sobre Internet y derechos de autor, con la convicción típica de quien no tiene ni idea de lo que habla. No es inhabitual escuchar cosas parecidas en diferentes lugares pero, hablemos claro: ¿quién ha ido a ver en directo a un grupo que conoció en MySpace? O en cualquier otra plataforma, tanto da. Las redes sociales han fomentado el boca a boca, pero de ahí a construir la fantasía de que un grupo, de la nada, sube unos temas a MySpace, Bandcamp o a YouTube y empieza a girar hasta convertirse en un Pablo Alborán del rock’n’roll, hay un trecho.
MySpace está lleno de bandas más o menos amateur que sólo tienen visitas de sus colegas, o sea, como antes, pero más aparente. Si consiguen conciertos en algunos bares a cambio de las cervezas, ya vamos bien. Las facilidades para la promoción que les ha dado internet son directamente proporcionales a las posibilidades de que se aprovechen de ellos. No se engañen, cuando ven en sus ciudades a grupos emergentes de aparente éxito, siempre vienen precedidos de presencia en medios, portadas y menciones en revistas, etc. La diferencia es que ahora lo hacen por menos pasta y sonríen más cuando el negocio les entra por detrás. Saben que, tal vez, esa sea la única forma de llegar a algún sitio.
Yo me bajo el disco y, si me gusta, voy al concierto (y me compro la camiseta)
Esta es la mejor. De los creadores de “yo me bajo el disco y, si me gusta, me lo compro”, llega la mentira más condescendiente y traicionera de la música en directo. Atención a uno de los razonamientos más comunes: el músico se ha beneficiado de mi descarga ilegal porque, si yo no la hubiese hecho tampoco habría ido nunca a verle, así que, si este artista da conciertos es porque muchos nos bajamos su disco. De todos los que lo hacemos, un importante porcentaje debe de ir a verle –aunque yo, al final, no lo haga–, con lo que Internet, nuevamente ha salvado la música en directo.
Este y otros argumentos similares pueden ser tratados, en el mejor de los casos, como auténticos ejemplos de disonancia cognitiva. Por mucho daño que quienes, como masa, provocan al modo de vida de los creadores, pocos de ellos tienen esa intención. En todas guerras hay victimas inocentes y, si a la hora de comprar un iPod o unas deportivas de marca, lo último en lo que pensamos es en la cuasi esclavizada mano de obra que manufactura esos productos, ¿por qué habríamos de concienciarnos con ese creador?
Además, es fácil odiarles, si te lo propones. Mira a los Stones, a U2 o a Coldplay. A Madonna, Shakira, Alejandro Sanz. Menuda pandilla, quejándose de Internet sentados en sus mansiones. Que se jodan. Ya sé, los músicos menos famosos no ganan tanta pasta, y tienen que pelearlo pero, ¿qué es lo que hago yo para ganarme la vida, tocarme las narices? Que se jodan también, y que curren. Si yo me bajo su música, si me intereso, tiene que haber mucha otra gente que lo hace, así que ganan dinero, seguro. Si dicen lo contrario mienten. ¿Por qué habría de sentirme culpable?
Es todo un argumento, y estoy hasta el gorro de escucharlo, porque no es verdad. En algunos casos sí, pero en muchos otros, en demasiados, no. Las cosas han cambiado en la música en directo, sí. Algunas para bien, qué duda cabe. Pero, mientras la oferta aumenta vertiginosamente, los promotores se la juegan y, en muchas ocasiones, palman. Muchos músicos y bandas se arrastran como limacos para conseguir un par de actuaciones más, aceptando condiciones lamentables, renunciando a muchas cosas y, en definitiva, jugándosela a título personal. A veces, qué ironía, para pagarse el disco que sabe que, definitivamente, no va amortizar con las ventas. Así que, hay que pagar el disco, los gastos de la “gira”, el alquiler y la vida; todo ello con una enorme sonrisa, no vaya a ser que el internauta de turno se ofenda, entre aspavientos y bramidos sobre sus derechos naturales sobre la cultura y la creación.
Vivimos en un país en el que, en demasiadas ocasiones, nos cuesta más cuestionar el derecho a descargarte una película o un disco que el derecho a la educación o la sanidad, y eso da que pensar.
Internet no es el diablo y los internautas no son unos cuatreros, pero muchos autores no lo llevan tan bien como les gustaría a los defensores de las “nuevas vías a la fuerza”. En realidad, un poquito de autocrítica y de observación de la realidad les iría tan bien a los adalides de la propiedad intelectual como a los quieren hacer la revolución desde su calentita silla junto al ordenador.
Y, con respecto a la música en directo en concreto, quien tiene lo que hay que tener para descargarse mil discos sin pisar un concierto, debería tenerlo también para llamar a las cosas por su nombre. Incluso a sí mismo, llegado el caso.