El 15 de abril de 1912, a las 2.20, el Atlántico devoraba al mítico navío que llevaba 2.224 personas a bordo. A un siglo de la tragedia, las imágenes de los restos bajo el mar revelan la intimidad del naufragio, que provocó la muerte de 1.514 pasajeros y tripulantes. Pero el misterio sigue.
Un siglo después de su hundimiento en el helado océano
Atlántico, el Titanic no puede descansar en paz. El Versailles de los
mares, hijo de los astilleros de Belfast en abierta competencia para
ser el más lujoso “paquebote” del mundo de la White Star Line, naufragó
en la noche sin luna del 14 al 15 de abril de 1912, al sudeste de
Terranova, cuando chocó contra un iceberg, que lo rajó como un cierre.
Así nació la leyenda.
Sus mitos, sus sobrevivientes y su reaparición en el fondo del mar, quebrado en dos y con algunos de sus secretos y fantasmas develados, ha generado hasta un neologismo: “Titanorak”, que sirve para identificar a sus apasionados seguidores. Cien años después, ya no queda ni un solo pasajero con vida que haya sobrevido al hundimiento. Su historia apasiona a cineastas como James Cameron y a Hollywood.
La tragedia es algo más que una lista de 2.224 pasajeros, de los que sólo sobrevivieron 498 viajeros y 212 tripulantes. En ese sueño tecnológico “insumergible” del siglo XX se hundía el mito de lo infalible, se revelaba la fragilidad de la industria, el diseño y la competencia comercial frente a la fuerza de la naturaleza. Se había ido a pique un barco “que ni siquiera Dios puede hundir”, como decía uno de los obreros católicos de los astilleros de Shipyard Riad, que trabajó en su prolija y faraónica construcción.
El Titanic partió de Belfast el 3 de abril del 1912 y llego dos días después al puerto británico de Southampton, ante la admiración generalizada. Apareció por Cherbourg, el puerto francés, dos días después, en su única escala europea continental, donde subieron un centenar de pasajeros. A las ocho y media de la noche del 10 de abril partió hacia Queenstown, Irlanda, para la travesía más mediática del año. La mayoría de la gente estaba durmiendo cuando Frederick Fleet, el vigía, anunció por teléfono al comando la presencia del iceberg. Eran las diez de la noche del 14 de abril. A las 23.40, esa masa negra de hielo atravesó el casco y comenzó la agonía del barco. ¿Un error de pilotaje? En el timón estaba un navegante a vela, que probablemente había entendido mal las instrucciones de la marina mercante, que entonces era diferente. El agua subió cuatro metros en las partes bajas del navío. Los pasajeros sintieron como un chirrido pero nadie se inmutó. ¿Para qué preocuparse, si jamás se hundiría?
Después, la avería se volvió inmanejable por su magnitud: a medianoche, el capitán Edward John Smith ordenó enviar pedidos de auxilio. A las 0.25 se inició la evacuación de mujeres y chicos. A las 0.45, el primer bote fue al agua. Los barcos de salvamento no alcanzan. A las 2.15, la primera chimenea del buque desapareció. El Titanic se rompió en dos, se escucharon explosiones. Los gritos eran insoportables. A las 2.20, el barco más lujoso del mundo era devorado por el océano Atlántico.
A las 3.30, los sobrevivientes, desde sus frágiles botes, vieron a lo lejos las luces de un barco que se acercaba. Era el Carpathia, que había escuchado el SOS y acudía al rescate a toda velocidad. En él llegarían los 710 sobrevivientes a Nueva York, donde fueron recibidos en el puerto por 30.000 personas.
Inmigrantes que viajaban a hacer la América, millonarios con sus señoras, amantes y mucamas, “snobs”, oportunistas, hombres de negocios, madres con niños eran parte de esa lista de pasajeros, divididos socialmente en la primera, la segunda y la tercera clase del Titanic. Faltaban botes de salvataje y lo pagaron con la vida los más pobres y los hombres, que no tenían prioridad en el naufragio. Algunos decidieron morir como gentlemen y hasta se pusieron un smoking como despedida en la cubierta.
Los ocho músicos de las dos orquestas del barco los acompañaron hasta el final, con el emotivo himno Nearer, my God, to Thee.
El capitán Smith cumplió con la tradición y acompañó a su barco en el último viaje al fondo del océano. Con él, se fue el secreto de por qué no consideró los siete alertas de iceberg que el vigía le había enviado, como sí hicieron los otros barcos que navegaban cerca. Ese era el viaje de despedida antes de su jubilación.
Con cuatro chimeneas a vapor, una fuerza de 50.000 CV que podía navegar a 21 nudos, el Titanic había sido diseñado raudamente para competir con otras dos estrellas de la navegación: el Lusitania y el Mauritania, de la línea Cunard, que habían conseguido el récord de velocidad en el cruce del Atlántico. La competencia tecnológica marítima era equiparable a lo que significó el Concorde en la aviación moderna. El Titanic era una amenaza comercial sobre los cruceros de Cunard, más pequeños y más caros.
Un experto como Paul Louden Brown, que asesoró a James Cameron en su película, explicó más de una vez el talón de Aquiles de esta reina de los mares: su diseño.Su gigantismo lo forzó a comprometer su seguridad, según las diferentes teorías.
El casco del Titanic y sus decks eran versiones refinadas de modelos de otras décadas. La popa era una copia de un barco a vela del siglo XVIII. Más allá de la estética, poco se había previsto para resolver cómo un barco podría doblar en una emergencia con ese tamaño o impedir un choque con un iceberg. Esa era la gran debilidad del Titanic: su escasa maniobrabilidad frente a su majestuosa dimensión. Su marketing era el lujo de su primera clase, sus paquetísimos pasajeros millonarios, su refinado restaurante, sus suites palaciegas, la primera pileta de natación en un navío, los baños turcos, su impecable servicio y la insumergibilidad, su leyenda.
Hardland &Wolf, los astilleros que construyeron al Titanic, siempre insistieron en que jamás promovieron al paquebote como “inhundible”. Ellos aseguran que el mito, uno de los tantos del barco, creció después de la tragedia.
La leyenda probablemente estaba basada en el hecho de que el Titanic tenía 16 compartimentos estancos. Pero estaban demasiado bajos porque la compañía quería tener más espacio para la primera clase. Si su diseñador, el arquitecto Thomas Andrew, hubiese insistido en la seguridad sobre la ganancia y los hubiese construido a mayor altura, otra podría haber sido la historia. Se habló también de que fallaron los remaches de las piezas. Pero en una reciente exploración se demostró que estaban en buena forma.
La fama de insumergible probablemente haya costado la vida a muchos pasajeros. No sólo porque el control de seguridad británico aceptó que pusieran menos barcos de auxilio que personas ante una emergencia. El capitán del California, el buque que estaba a 19 millas del naufragio, pensó que las bengalas de socorro eran una fiesta en el Titanic y no un SOS. Por eso no fue a rescatarlos. Otro de los mitos insondables y teorías conspirativas en torno del Titanic.
Nuevas investigaciones aportan más misterio. Aseguran que, en aquella noche fatal, las condiciones del clima producían un fenómeno muy extraño de “espejismos”, por lo que la tripulación no pudo avistar el iceberg con claridad.
Poco se sabe del final del capitán Smith. Lo recuerdan como un héroe, que cumplió con la más profunda tradición marinera: morir con el Titanic. La fascinante investigación que los británicos hicieron tras el hundimiento en 1912, con las declaraciones de decenas de sobrevivientes, es menos complaciente: el capitán no emitió orden final de evacuación, lo que dio la idea a muchos pasajeros de que no había peligro y algunos hasta siguieron jugando al bridge en la primera clase después del choque. No redujo la velocidad del barco cuando los vigías le avisaron que había hielo en el camino.
Pero la peor acusación es que dejó partir botes de salvataje con pocos pasajeros cuando él sabía que no alcanzaban para todos.Tampoco había hecho durante los cuatro días de viaje ni un solo ejercicio de emergencia y evacuación, que es obligatorio en el mar.
Nada peor que una tragedia para medir las miserabilidades y los comportamientos humanos. Bruce Ismay, el presidente de la compañía que construyó el Titanic, escapó del barco en emergencia en el primer bote. Dejó detrás mujeres y niños, cuando sabía que los salvavidas no eran suficientes.
Una conducta tan discutible como la de sir Cosmo y lady Duff Gordon, que escaparon en un bote con sólo doce pasajeros a bordo y exigieron a la tripulación no regresar a buscar más sobrevivientes. Ella era una diseñadora británica, que vestía a la familia real, a Isadora Duncan y a Oscar Wilde.
El matrimonio Straus es una gran historia de amor en el Titanic. Isador e Ida volvían de sus vacaciones europeas y ambos murieron. Cuando ella iba a subir al bote 8, se negó a hacerlo y le dijo a su esposo: “Vivimos juntos demasiados años. Donde vos vas, yo voy”. Ellos eran dos de los 325 pasajeros de la primera clase: 202 sobrevivieron, entre ellos 57 hombres, 140 mujeres y 5 de los 6 chicos.
¿Una cuestión de status a la hora de vivir o ahogarse? ¿La tercera clase del barco estaba aislada y fue condenada a morir en el Titanic? Si bien esas imágenes de barreras que impedían a esos pasajeros pobres e inmigrantes subir a la primera clase en el filme de James Cameron son ciertas, había una puerta de emergencia en la tercera clase. Se abrió cuando el agua comenzó a entrar y conectaba con el segundo y el primer piso, según los testimonios. Inicialmente, la tripulación se negaba a abrirla hasta recibir instrucciones en medio del caos. Fue liberada después de que la mayoría de los botes estaban ya lanzados al agua.
Lord Mersey, el líder de la investigación británica, mencionó que “los pasajeros de tercera clase no querían abandonar el barco sin su equipaje” y que “tuvieron dificultades para llegar” desde su deck a los barcos. Es cierto que no había botes de salvataje en los decks de la tercera clase.
De los 706 pasajeros de ese grupo, murieron 528 y sobrevivieron 178, entre ellos 76 mujeres y 27 de los 79 niños embarcados en ella.Pero ha quedado registrado que 115 hombres de la primera clase y 147 hombres de la segunda clase cedieron sus lugares a favor de las mujeres y los chicos y se hundieron con el barco.
La clase social jugó un rol esencial a la hora de salvar la vida. Menos de un tercio de los pasajeros de tercera clase sobrevivieron y si las mujeres y los chicos tuvieron más suerte fue porque se priorizó su embarque en los escasos botes. Los pasajeros de segunda clase viajaban en un lujo similar al de la primera de otros cruceros. Era el primer barco que tenía un ascensor para ellos. Lawrence Beesley sobrevivió en el bote 17 para contarlo. Muchos de los tripulantes fueron héroes, con tanto coraje como amor y lealtad a su trabajo.
El mar oscuro y a 3 grados bajo cero se iba tragando los restos del naufragio a medida que el Carpathia se acercaba a rescatar a los sobrevivientes: sillas para que la gente que había saltado al agua pudiera mantenerse a flote agarrada a ellas, cajas, muebles, baúles, botellas, maderas, flotaban en la superficie.
En septiembre de 1985 el Titanic fue encontrado sobre un barroso fondo, a 3.443 metros de profundidad, por el profesor Robert Ballard, del centro oceanográfico de Woods, y Jean Louis Michel, de Ifremer. Bajaron en el submarino Argo y el primer signo fue la aparición de la caldera del barco.Luego la expedición prosiguió en el Alvin, hasta que se encontraron cara a cara con su carcasa oxidada y legendaria.
Ballard decidió mantener el secreto de su localización para evitar que nadie pudiera reclamar objetos ni el lugar pudiera ser profanado. Muchos de los muertos descansan allí. El fondo del mar era el cementerio del gran transatlántico, sus héroes y su leyenda. En su segunda expedición, y con la ayuda del mini sumergible Jason Junior, entraron en los pequeños habitáculos, en la cabina del capitán Smith, en el corazón del Titanic. La tragedia podía verse en fotos, en filmes, en toda su dimensión. Allí estaban las porcelanas, las copas, la estatua de la escalera de la primera clase, su lámpara durmiendo sobre el lecho, joyas abandonadas, cajas fuertes. Cuando regresó, en 2004, los cazadores de tesoros habían profanado las ruinas, se habían llevado las joyas, los objetos, los platos. Los submarinos, con al menos 100 turistas, dañaron el deck. Los objetos y su memoria se vendían en subastas a precios millonarios a frenéticos nuevos fanáticos.
A 100 años del hundimiento del Titanic, la Unesco decidió proteger el patrimonio subacuático del buque hundido. Al estar en aguas internacionales, nadie puede reclamar jurisdicción sobre él y sólo al cumplirse un siglo de su hundimiento, el organismo internacional puede actuar. A partir de ahora, los Estados miembro de la Unesco podrán tomar medidas para prohibir la destrucción, el pillaje, la venta y la dispersión de los objetos hallados y forzar a que los restos humanos que fueron encontrados reciban un trato digno.
La leyenda del Titanic seguirá. Sus mitos se reactivarán, año tras año, aniversario tras aniversario, hasta la eternidad.
Partida. un remolque guia al titanic al zarpar del puerto britanico
de southampton el 5 de abril de 1912. luego levantaria pasajeros
en
cherbourg, francia, antes de cruzar el oceano.
Sus mitos, sus sobrevivientes y su reaparición en el fondo del mar, quebrado en dos y con algunos de sus secretos y fantasmas develados, ha generado hasta un neologismo: “Titanorak”, que sirve para identificar a sus apasionados seguidores. Cien años después, ya no queda ni un solo pasajero con vida que haya sobrevido al hundimiento. Su historia apasiona a cineastas como James Cameron y a Hollywood.
La tragedia es algo más que una lista de 2.224 pasajeros, de los que sólo sobrevivieron 498 viajeros y 212 tripulantes. En ese sueño tecnológico “insumergible” del siglo XX se hundía el mito de lo infalible, se revelaba la fragilidad de la industria, el diseño y la competencia comercial frente a la fuerza de la naturaleza. Se había ido a pique un barco “que ni siquiera Dios puede hundir”, como decía uno de los obreros católicos de los astilleros de Shipyard Riad, que trabajó en su prolija y faraónica construcción.
El Titanic partió de Belfast el 3 de abril del 1912 y llego dos días después al puerto británico de Southampton, ante la admiración generalizada. Apareció por Cherbourg, el puerto francés, dos días después, en su única escala europea continental, donde subieron un centenar de pasajeros. A las ocho y media de la noche del 10 de abril partió hacia Queenstown, Irlanda, para la travesía más mediática del año. La mayoría de la gente estaba durmiendo cuando Frederick Fleet, el vigía, anunció por teléfono al comando la presencia del iceberg. Eran las diez de la noche del 14 de abril. A las 23.40, esa masa negra de hielo atravesó el casco y comenzó la agonía del barco. ¿Un error de pilotaje? En el timón estaba un navegante a vela, que probablemente había entendido mal las instrucciones de la marina mercante, que entonces era diferente. El agua subió cuatro metros en las partes bajas del navío. Los pasajeros sintieron como un chirrido pero nadie se inmutó. ¿Para qué preocuparse, si jamás se hundiría?
Después, la avería se volvió inmanejable por su magnitud: a medianoche, el capitán Edward John Smith ordenó enviar pedidos de auxilio. A las 0.25 se inició la evacuación de mujeres y chicos. A las 0.45, el primer bote fue al agua. Los barcos de salvamento no alcanzan. A las 2.15, la primera chimenea del buque desapareció. El Titanic se rompió en dos, se escucharon explosiones. Los gritos eran insoportables. A las 2.20, el barco más lujoso del mundo era devorado por el océano Atlántico.
A las 3.30, los sobrevivientes, desde sus frágiles botes, vieron a lo lejos las luces de un barco que se acercaba. Era el Carpathia, que había escuchado el SOS y acudía al rescate a toda velocidad. En él llegarían los 710 sobrevivientes a Nueva York, donde fueron recibidos en el puerto por 30.000 personas.
Inmigrantes que viajaban a hacer la América, millonarios con sus señoras, amantes y mucamas, “snobs”, oportunistas, hombres de negocios, madres con niños eran parte de esa lista de pasajeros, divididos socialmente en la primera, la segunda y la tercera clase del Titanic. Faltaban botes de salvataje y lo pagaron con la vida los más pobres y los hombres, que no tenían prioridad en el naufragio. Algunos decidieron morir como gentlemen y hasta se pusieron un smoking como despedida en la cubierta.
Los ocho músicos de las dos orquestas del barco los acompañaron hasta el final, con el emotivo himno Nearer, my God, to Thee.
El capitán Smith cumplió con la tradición y acompañó a su barco en el último viaje al fondo del océano. Con él, se fue el secreto de por qué no consideró los siete alertas de iceberg que el vigía le había enviado, como sí hicieron los otros barcos que navegaban cerca. Ese era el viaje de despedida antes de su jubilación.
Con cuatro chimeneas a vapor, una fuerza de 50.000 CV que podía navegar a 21 nudos, el Titanic había sido diseñado raudamente para competir con otras dos estrellas de la navegación: el Lusitania y el Mauritania, de la línea Cunard, que habían conseguido el récord de velocidad en el cruce del Atlántico. La competencia tecnológica marítima era equiparable a lo que significó el Concorde en la aviación moderna. El Titanic era una amenaza comercial sobre los cruceros de Cunard, más pequeños y más caros.
Un experto como Paul Louden Brown, que asesoró a James Cameron en su película, explicó más de una vez el talón de Aquiles de esta reina de los mares: su diseño.Su gigantismo lo forzó a comprometer su seguridad, según las diferentes teorías.
El casco del Titanic y sus decks eran versiones refinadas de modelos de otras décadas. La popa era una copia de un barco a vela del siglo XVIII. Más allá de la estética, poco se había previsto para resolver cómo un barco podría doblar en una emergencia con ese tamaño o impedir un choque con un iceberg. Esa era la gran debilidad del Titanic: su escasa maniobrabilidad frente a su majestuosa dimensión. Su marketing era el lujo de su primera clase, sus paquetísimos pasajeros millonarios, su refinado restaurante, sus suites palaciegas, la primera pileta de natación en un navío, los baños turcos, su impecable servicio y la insumergibilidad, su leyenda.
Hardland &Wolf, los astilleros que construyeron al Titanic, siempre insistieron en que jamás promovieron al paquebote como “inhundible”. Ellos aseguran que el mito, uno de los tantos del barco, creció después de la tragedia.
La leyenda probablemente estaba basada en el hecho de que el Titanic tenía 16 compartimentos estancos. Pero estaban demasiado bajos porque la compañía quería tener más espacio para la primera clase. Si su diseñador, el arquitecto Thomas Andrew, hubiese insistido en la seguridad sobre la ganancia y los hubiese construido a mayor altura, otra podría haber sido la historia. Se habló también de que fallaron los remaches de las piezas. Pero en una reciente exploración se demostró que estaban en buena forma.
La fama de insumergible probablemente haya costado la vida a muchos pasajeros. No sólo porque el control de seguridad británico aceptó que pusieran menos barcos de auxilio que personas ante una emergencia. El capitán del California, el buque que estaba a 19 millas del naufragio, pensó que las bengalas de socorro eran una fiesta en el Titanic y no un SOS. Por eso no fue a rescatarlos. Otro de los mitos insondables y teorías conspirativas en torno del Titanic.
Nuevas investigaciones aportan más misterio. Aseguran que, en aquella noche fatal, las condiciones del clima producían un fenómeno muy extraño de “espejismos”, por lo que la tripulación no pudo avistar el iceberg con claridad.
Poco se sabe del final del capitán Smith. Lo recuerdan como un héroe, que cumplió con la más profunda tradición marinera: morir con el Titanic. La fascinante investigación que los británicos hicieron tras el hundimiento en 1912, con las declaraciones de decenas de sobrevivientes, es menos complaciente: el capitán no emitió orden final de evacuación, lo que dio la idea a muchos pasajeros de que no había peligro y algunos hasta siguieron jugando al bridge en la primera clase después del choque. No redujo la velocidad del barco cuando los vigías le avisaron que había hielo en el camino.
Pero la peor acusación es que dejó partir botes de salvataje con pocos pasajeros cuando él sabía que no alcanzaban para todos.Tampoco había hecho durante los cuatro días de viaje ni un solo ejercicio de emergencia y evacuación, que es obligatorio en el mar.
Nada peor que una tragedia para medir las miserabilidades y los comportamientos humanos. Bruce Ismay, el presidente de la compañía que construyó el Titanic, escapó del barco en emergencia en el primer bote. Dejó detrás mujeres y niños, cuando sabía que los salvavidas no eran suficientes.
Una conducta tan discutible como la de sir Cosmo y lady Duff Gordon, que escaparon en un bote con sólo doce pasajeros a bordo y exigieron a la tripulación no regresar a buscar más sobrevivientes. Ella era una diseñadora británica, que vestía a la familia real, a Isadora Duncan y a Oscar Wilde.
El matrimonio Straus es una gran historia de amor en el Titanic. Isador e Ida volvían de sus vacaciones europeas y ambos murieron. Cuando ella iba a subir al bote 8, se negó a hacerlo y le dijo a su esposo: “Vivimos juntos demasiados años. Donde vos vas, yo voy”. Ellos eran dos de los 325 pasajeros de la primera clase: 202 sobrevivieron, entre ellos 57 hombres, 140 mujeres y 5 de los 6 chicos.
¿Una cuestión de status a la hora de vivir o ahogarse? ¿La tercera clase del barco estaba aislada y fue condenada a morir en el Titanic? Si bien esas imágenes de barreras que impedían a esos pasajeros pobres e inmigrantes subir a la primera clase en el filme de James Cameron son ciertas, había una puerta de emergencia en la tercera clase. Se abrió cuando el agua comenzó a entrar y conectaba con el segundo y el primer piso, según los testimonios. Inicialmente, la tripulación se negaba a abrirla hasta recibir instrucciones en medio del caos. Fue liberada después de que la mayoría de los botes estaban ya lanzados al agua.
Lord Mersey, el líder de la investigación británica, mencionó que “los pasajeros de tercera clase no querían abandonar el barco sin su equipaje” y que “tuvieron dificultades para llegar” desde su deck a los barcos. Es cierto que no había botes de salvataje en los decks de la tercera clase.
De los 706 pasajeros de ese grupo, murieron 528 y sobrevivieron 178, entre ellos 76 mujeres y 27 de los 79 niños embarcados en ella.Pero ha quedado registrado que 115 hombres de la primera clase y 147 hombres de la segunda clase cedieron sus lugares a favor de las mujeres y los chicos y se hundieron con el barco.
La clase social jugó un rol esencial a la hora de salvar la vida. Menos de un tercio de los pasajeros de tercera clase sobrevivieron y si las mujeres y los chicos tuvieron más suerte fue porque se priorizó su embarque en los escasos botes. Los pasajeros de segunda clase viajaban en un lujo similar al de la primera de otros cruceros. Era el primer barco que tenía un ascensor para ellos. Lawrence Beesley sobrevivió en el bote 17 para contarlo. Muchos de los tripulantes fueron héroes, con tanto coraje como amor y lealtad a su trabajo.
El mar oscuro y a 3 grados bajo cero se iba tragando los restos del naufragio a medida que el Carpathia se acercaba a rescatar a los sobrevivientes: sillas para que la gente que había saltado al agua pudiera mantenerse a flote agarrada a ellas, cajas, muebles, baúles, botellas, maderas, flotaban en la superficie.
En septiembre de 1985 el Titanic fue encontrado sobre un barroso fondo, a 3.443 metros de profundidad, por el profesor Robert Ballard, del centro oceanográfico de Woods, y Jean Louis Michel, de Ifremer. Bajaron en el submarino Argo y el primer signo fue la aparición de la caldera del barco.Luego la expedición prosiguió en el Alvin, hasta que se encontraron cara a cara con su carcasa oxidada y legendaria.
Ballard decidió mantener el secreto de su localización para evitar que nadie pudiera reclamar objetos ni el lugar pudiera ser profanado. Muchos de los muertos descansan allí. El fondo del mar era el cementerio del gran transatlántico, sus héroes y su leyenda. En su segunda expedición, y con la ayuda del mini sumergible Jason Junior, entraron en los pequeños habitáculos, en la cabina del capitán Smith, en el corazón del Titanic. La tragedia podía verse en fotos, en filmes, en toda su dimensión. Allí estaban las porcelanas, las copas, la estatua de la escalera de la primera clase, su lámpara durmiendo sobre el lecho, joyas abandonadas, cajas fuertes. Cuando regresó, en 2004, los cazadores de tesoros habían profanado las ruinas, se habían llevado las joyas, los objetos, los platos. Los submarinos, con al menos 100 turistas, dañaron el deck. Los objetos y su memoria se vendían en subastas a precios millonarios a frenéticos nuevos fanáticos.
A 100 años del hundimiento del Titanic, la Unesco decidió proteger el patrimonio subacuático del buque hundido. Al estar en aguas internacionales, nadie puede reclamar jurisdicción sobre él y sólo al cumplirse un siglo de su hundimiento, el organismo internacional puede actuar. A partir de ahora, los Estados miembro de la Unesco podrán tomar medidas para prohibir la destrucción, el pillaje, la venta y la dispersión de los objetos hallados y forzar a que los restos humanos que fueron encontrados reciban un trato digno.
La leyenda del Titanic seguirá. Sus mitos se reactivarán, año tras año, aniversario tras aniversario, hasta la eternidad.