Hace sólo seis años, Stratford,
la zona en la que ahora se levanta espléndido el parque olímpico de
Londres, era considerada por los ingleses como el tercer peor lugar para
vivir de todo el país, según una encuesta. Anoche, ese lugar arrasado
por décadas de vertidos, emisiones y los sueños rotos de varias
generaciones de las capas más orilladas de la sociedad, se convirtió en
el centro del orgullo británico.
Más de 13,5 millones de españoles sintonizaron en sus televisores en algún momento el espectáculo londinense. Retransmitida por Televisión Española,
la gala contó con 5.656.000 espectadores de media y un 46,1% de cuota
de pantalla. La convierte así en la segunda más vista de la historia
tras la de Barcelona 92. El «minuto de oro» de la jornada de ayer correspondió al desfile de la delegación olímpica española, con Pau Gasol como abanderado. Fue exactamente a las 00:38 de la noche, con 7.132.000 espectadores
Los
Juegos limpiaron una cloaca de vertidos químicos para construir un
proyecto que ilusionara el país. Sobre ese lugar salvado, el director de
cine Danny Boyle («Trainspotting»,
«Slumdog Millionaire»), rescató anoche lo mejor de lo británico,
dibujado en sus contrastes, en sus luchas, en su superación y sus
logros. La tradición y lo intensamente atrevido.
Un partido de fútbol sobre la campiña recreada en el estadio, mientras las pantallas escupen imágenes a ritmo de videoclip. Bradley Wiggins,
único ganador británico del Tour de Francia, tañendo una campana de 27
toneladas especialmente fundida para dar la salida a la ceremonia de
inauguración. Y el recitado de frases de «La tempestad», de Shakespeare
(«No temáis, la isla está llena de ruidos») abriendo un asalto de 15.000
voluntarios, que incluso se infiltraron en el graderío.
De las chimeneas al pop
Sobre
el tapete se desplegaba, pieza a pieza, la historia británica,
atravesada por las humaredas de la revolución industrial y su paisaje de
chimeneas que arrasó el campo y con él las 70 ovejas que pastaban en
ella al principio.
De
fondo, siempre la música, subrayando el movimiento trepidante, la
percusión de cientos de tambores. No con la perfección marcial de los
chinos de Pekín 2008, sino con el alma alborotada de un pueblo que se
levanta sobre los excesos que se llevaron por delante algunas virtudes
bañadas ahora de nostalgia.
Choque también de realidad y ficción, con un punto de humor. Daniel Craig en el papel de James Bond, y la Reina en el papel de la Reina.
En unas imágenes grabadas, salían en helicóptero del Palacio de
Buckingham, y la secuencia terminaba con el salto fingido en paracaídas
de la Reina sobre el estadio. Isabel II apareció impoluta en el palco.
La broma y el entretenimiento, otros talentos locales, dieron paso a la
solemnidad del himno y el izado de la bandera británica.
También
se dio la vuelta al drama del hospital infantil, convertido en baile de
camas del Sistema Nacional de Salud (NHS) con niños saltando, y la
fantasía rescatándolos. J.K. Rowling
apareció para pronunciar un elogio de la lectura antes de dormir: «En
ese momento, la fantasía es algo real». Rescatados los niños de las
camas, y también los niños que sobrevivían dentro de los más de 60.000
espectadores, emocionados, pintando el paisaje con bengalas bailarinas.
«Esto
es para todo el mundo», se leía en las gradas, con el fondo de una
asombrosa selección de grandes éxitos: los Rolling, Oasis, Blur, Pulp,
Queen, los Sex Pistols, Amy Winehouse, Mike Oldfield, The Clash, Eric
Clapton, los Who, Led Zeppelin, Bowie... Una fiesta de fondo para el
desfile de los deportistas, culminada por los Arctic Monkeys en directo
con una versión del «Come Together» de los Beatles.
Juntos entraron con la bandera olímpica Haile Gebrselassie, Ban Ki-moon, Daniel Barenboim, al encuentro de Mohamed Alí,
que los esperaba sobre la colina. A ellos y a la antorcha, que conducía
Beckham en una motora, y que en su llegada al estadio subrayó la
transformación de Stratford, con un homenaje a los obreros que
construyeron el parque. A través de un pasillo formado por ellos entró
con la llama el remero Steve Redgrave. El pebetero, la gran sorpresa,
era una hoguera de más de 200 pétalos de cobre, uno por país. A su luz,
en plena noche ya, cerró la ceremonia un emocionante «Hey Jude»
interpretado por Sir Paul McCartney, al piano, y tarareado por los
corazones de todo el estadio.