En 4 años bajó la cantidad de gente que ve el consumo como un riesgo. Padres e hijos hablan más abiertamente. Los peligros de banalizar una sustancia nociva.
“No soy una vieja piola”. Lo dice Verónica Guzmán, 41 años y madre de
tres hijos de 16, 15 y 12. Y lo empezó a repetir cuando llegaron las
primeras preguntas sobre marihuana. Entonces, Verónica sentó a los
chicos y les dijo que si fumaban quería saberlo, que ella alguna vez
había probado pero que nunca olvidaran que se trataba de una droga y que
hacía daño. “Es actuar con sinceridad, yo necesito, deseo que mis hijos
confíen en mí.
Hablar es quitarle dramatismo, yo no quiero que mis hijos tengan miedo , prefiero que sepan cuál es el olor de la marihuana para que sepan como actuar”.
“Se
habla de marihuana en la mesa familiar –asegura Alicia Donghi,
codirectora del centro de rehabilitación AAbra–, habrá que ver si eso es
bueno o malo, pero es algo que está ocurriendo”. Carlos Souza dirige la
Fundación Aylén. Allí, de cada treinta consultas que atienden sólo dos
están relacionadas por consumo de marihuana. “Hay una naturalización
clarísima, eso es evidente”, sostiene Souza, quien asegura que en cinco
años se redujeron a la mitad esas consultas.
Los especialistas
coinciden: hay una mayor tolerancia social. Y las estadísticas del
Sedronar lo confirman: en un estudio específico sobre esta sustancia,
sólo la mitad de los consultados consideró que el consumo ocasional
–alguna vez o probar en una o dos ocasiones– representa un “gran
riesgo”. Pero otro dato termina de reforzar la idea: en 2006, opinaba
así el 62,6 por ciento de las personas. Cuatro años después, el
porcentaje bajó diez puntos: 52,9 por ciento opina que fumar de vez en
cuando resulta peligroso.
“En una década la percepción de gran
riesgo del consumo ocasional ha decaído tanto en población adulta y
joven como en adolescentes, con lo cual podemos sostener que hay una mayor tolerancia frente a su consumo experimental y ocasional ”, confirma Graciela Ahumada, a cargo del Observatorio Argentino de Drogas de la Sedronar.
Celina
Caballero es maestra en Berazategui y madre de un adolescente de 15
años. Sabe que algunas veces su hijo se junta con un grupo de chicos que
fuman: “Es algo que me preocupa mucho pero creo que prohibiéndole que
vea a sus amigos es peor. Yo le insisto con que nadie puede obligarlo a
fumar, que él puede decir que no. Y le cuento que cuando yo era chica
tenía un grupo de amigos que fumaba y que nunca me obligaron a hacerlo”.
El
8,1 por ciento de la población probó al menos una vez en su vida un
cigarrillo de marihuana. Un porcentaje pequeño si se lo compara con el
73,9 por ciento de los que tomaron alcohol.
En 1950, la película
“Marihuana”, con Pedro López Lagar, elevaba una pitada casi al mismo
nivel de un viaje de éxtasis. Hoy, los personajes “fumones” aparecen en películas de chicos
–en Reyes de las Olas, un pollo que anda con un cigarro en la mano es
quien gana el torneo de surf– y también son protagonistas en horario
central –Graduados, por caso–.
“La aceptación social es algo preocupante
–asegura Carlos Damin, Jefe de Toxicología del Hospital Fernández–,
sobre todo cuando uno ve el antecedente del alcohol. Está asumido que un
chico puede terminar en una guardia, y lo mismo ocurre con los
medicamentos. Hay una tendencia demasiado permisiva y muchas veces esta
aceptación es la antesala para cuadros muy graves de intoxicación”.
Para
Donghi, con la marihuana está ocurriendo lo mismo que pasó con el
tabaco en los setenta: “Se sabía que hacía mal pero era tolerado.
Para los jóvenes, fumar un porro ya no es transgresor.
Es algo que no sabemos dónde va a desembocar”. Souza coincide con este
diagnóstico: “Hay una relación pendular. Por un lado, pareciera que hay
menos estigmatización que muchas veces es rayano con una persecución
hitleriana.
Cambió el nivel de censura social.
Pero
por el otro, el padre que le resta importancia corre el riesgo de no
darse cuenta que su hijo puede terminar en un consumo problemático. Un
chico de 16 que fuma regularmente está en alto riesgo. Habrá que ver el
péndulo de qué lado termina”.
En esta época de cambios, la
negativa rotunda de la Iglesia a despenalizar el consumo convive con una
Corte Suprema que avala los fallos que tienden a aceptar el consumo
personal. Desde la medicina, ya no se cataloga más a los consumidores
entre “uso, consumo y abuso”. Hoy, hasta en el Sedronar se incluye la
categoría “fumador experimental” para marcar diferencias entre el que
prueba y el adicto. Y la cultura cannábica hasta se refina. Los
fumadores discuten sobre variedades y compran semillas por Internet. La
revista THC –exponente de esta cultura– es una de las más refinadas del
mercado.