La máquina de Gene Simmons y Paul Stanley no para. Aquí te contamos cómo es el álbum.
Ni la de hacer dinero, con la enorme cantidad de productos que están
bajo el alero de la marca Kiss, ni la musical. Así es, porque Monster
viene a continuar el trabajo que la actual alineación de la banda –que
además conforman el guitarrista Tommy Thayer y el baterista Eric Singer–
se encuentra realizando desde hace 11 años. Aún así, Simmons y Stanley
sólo han editado dos discos de estudio con esta nueva encarnación: este
nuevo trabajo y Sonic Boom (2009).
Es cierto que la actual
banda se ha forjado en los interminables tours que organiza el
management de Kiss. Quizás ese fiato logrado durante las presentaciones,
además del empuje artístico de Paul Stanley, han empujado a Kiss a
volver al estudio. Y aunque la banda oriunda de Detroit ha hecho algunos
experimentos en su carrera, lo cierto es que para Monster todo eso se
deja de lado y se apuesta por el siempre viejo y sencillo rock and roll.
En el vigésimo álbum de Kiss no hay espacio para sorpresas: desde que
se inicia el disco con "Hell or hallelujah", lo que escuchamos es un
sólido trabajo de guitarras, donde Thayer por fin se despega del
fantasma de Ace Frehley, y la clásica sección rítmica de la banda, con
el bajo de Simmons liderándola.
Y si bien es cierto que Kiss no
arriesga, sí hay ciertos matices en el sonido de la banda. Quizás por el
mismo Thayer es que el grupo de Simmons y Stanley suena más crudo,
incluso en temas como "Outta this world", corte de esos pensados para un
gran estadio. También está "Eat your heart out", que retoma el sonido
más clásico del conjunto, casi como lo que aparece en Love Gun (1977) o Destroyer
(1976). Es tanto lo que la banda rescata de su propio pasado, que "All
the love of Rock & Roll" parece ser un homenaje ya gastado, si no
fuese por el sonido más moderno que presenta Kiss en esta nueva
encarnación.
Como sea, Stanley y en particular Simmons pueden
estar tranquilos. Artísticamente, Kiss sigue fiel a su sonido a pesar de
los años y con 20 discos a cuestas, aún pueden crear riffs memorables
para cantar a todo pulmón en un estadio. Y económicamente, esta es la
mejor jugada que pudo hacer el grupo: mantener su estampa y no mancillar
a una marca que factura millones. Por ambos lados, Kiss sale airoso,
siempre y cuando se refugie en sus propios clichés.