Por distintas situaciones, ya sea por fuerza mayor o capricho, distintas familias han adaptado su forma de vida a situaciones duras y otras curiosas, con tal de permanecer unidas. Y en algunos casos demuestran cómo para cuidar a los suyos, todos están dispuestos a cooperar.
“Hemos tenido un montón de fiestas de Halloween aquí, porque la casa es el lugar perfecto para hacerlas. Pero nadie se ha aventurado a venir a pedir ‘dulce o travesura’” dijo Stead Jayne, una madre que vive junto a su marido (Blatchford Mike) y sus tres hijos adolescentes -Joe, 17; Florencia, 15 y William, 13- en una vieja capilla del año 1800, ubicada en medio de un cementerio, al sur de Inglaterra.
Stead y Blatchford se enamoraron del inmueble apenas lo vieron y decidieron comprarlo hace seis años, a pesar de saber que en el pasado se usó como morgue. Sin embargo, decidieron quedarse también con la casa en la que habitaban antes, en caso de que vivir en el camposanto se hiciera demasiado aterrador.
“He estado sentada, sola en el living, y he sentido como si hubiera algo atrás de mí algunas veces. También he encontrado al perro ladrándole a la nada, en la esquina de la habitación, pero no es algo aterrador”, aseguró Stead al Daily Mail.
Si bien el padre del hogar reformó el interior de la capilla, para modernizarlo y adaptarlo a las necesidades de su familia, basta asomarse por las ventanas para ver cómo el, entre comillas, jardín está repleto de viejas lápidas.
“El cementerio no nos intimida. No nos asustamos fácilmente. De hecho, me encanta ver películas de terror”, dijo la mamá de la casa, agregando que sus hijos tampoco están atemorizados por vivir sobre gente muerta.
La unión hace la fuerza
Distinto es el caso de Zeng Lijun, su señora y su hijo de casi dos años, a quienes la pobreza los obligó a vivir en el baño público de un hostal, al noroeste de china.
Al ser entrevistado por la prensa asiática en marzo de este año, el jefe de la familia mostró su morada, la que habitaban desde hace 6 años y cuyas paredes son los mismos paneles que separan las tazas de los baños -adornados con fotos de Michael Jackson e imágenes chinas-, y los urinarios servían de apoyo para hacer una mesa en la que instaló el televisor.
Su cama se ubicaba sobre unas tablas que dispuso sobre uno de los inodoros. “Mi vida es mejor ahora que antes, cuando tenía que apañármelas como fuera”, comentó Zeng a la agencia Xinhua, agregando que él es parte de los 100 millones que se han mudado del campo a la ciudad, buscando trabajo.
Cuando llegó hace 13 años, apenas tenía cinco dólares en sus bolsillos. Y hoy, se esfuerza trabajando como zapatero, limpiabotas y cerrajero, para juntar 285 dólares mensuales y así pagar el alquiler de su singular casa, que al año, le cuesta US$1.140. Pese a todo, y a la dura realidad que refleja la vida de millones de chinos, el hombre afirmó sentirse conforme con el lugar donde vive con su familia.
La casa del silencio
“Tenemos que preocuparnos de todos los ruidos que hacemos en la casa. Si estornudas o toses, le podría dar un ataque”, comentó en septiembre pasado, Laura Mellens, para explicar la vida que su familia lleva desde que descubrieron la enfermedad de su hija menor, Blisse.
A los cuatro meses de vida, la menor, hoy de dos años, evidenció que algo malo ocurría por los frecuentes temblores que parecían afectarla. Tras llevarla al doctor, Laura y su marido, Ashley, supieron que Blisse sufría de dos raras enfermedades cerebrales, polimicrogiria y heterotopia periventricular nodular, que , no solo le ha dado una esperanza de vida hasta los 40 años, sino que también es probable que nunca hable o camine, y hace que cualquier susto por un ruido pueda desencadenar en ella un ataque epiléptico.
Por esto, el teléfono de la casa está ajustado en el volumen más bajo y los miembros de la familia deben asegurarse de no levantarse bruscamente, mucho menos estornudar o toser, porque podría ser fatal. Además, Neveah (8), la hija mayor, tiene instrucciones de jugar lo más callada posible.
Cada noche, Laura y Ashley se turnan para vigilar el sueño de Blisse, y solo una vez a la semana viene una enfermera a cuidar a la niña, para que ambos padres puedan dormir. “Mientras ella sonría, eso es lo que nos da fuerzas durante el día. Su sonrisa ilumina su cara”, aseguró la madre a un medio británico.
Los marcianos llegaron ya
Cuando el Curiosity pisó tierra marciana, el 5 de agosto pasado, significó no solo “un gran paso para el nombre”, sino que también el comienzo de varias semanas en los que un equipo de la NASA, debería ajustarse al horario diurno del Planeta rojo, para comunicarse con el robot.
Los días marcianos duran 39 minutos y 35 segundos más que los de la tierra, por lo que el reloj biológico de David Oh, director de vuelo de esta travesía espacial, sufriría a la larga un drástico cambio que su familia -su esposa Bryn y sus tres hijos de 13, 10 y 8 años- quisieron compartir con él.
“Todos nos sentimos un poco somnolientos, con un poco de jet.lag durante el día, pero todos estamos bien”, declaró Bryn a dos semanas de lo que consideraron las “vacaciones marcianas” de la familia Oh. Ésta significó desayunar a las 8 pm, almorzar a las 2.30 am y cenar a las 5 de la madrugada.
Fue una experiencia dura, pero como señaló David en un blog en el que registró esta aventura familiar, fue maravilloso poder regresar a la casa después de un largo día de trabajo y ser recibido por sus hijos que lo acompañaban a cenar todas las noches (marcianas). “Como familia nos hemos unido mucho más”, señaló en el último post, para despedir su horario extraplanetario, el pasado 2 de septiembre.