martes, enero 29, 2013

La soledad: ¿mal de nuestro tiempo?

La interpretación o lectura que hacemos de los momentos de soledad o del estar solo tiene raíces que podemos entender y descifrar. Trabajar sobre ellas puede ayudar a sentirnos mejor y resignificar algunos estados. Amigarse con la soledad puede ser el camino para estar en el mundo de un modo más íntimo y creativo.

La soledad bien entendida empieza por nuestra propia sensación y percepción. Cada sujeto tiene una idea particular de la soledad que lo ha marcado en su ser y cuando ésta se manifiesta, comienzan a asomar desde las sombras el miedo y el abatimiento cotidianos.

En disciplinas tales como la música o el ballet, un "solo" es una coreografía o performance musical que se ejecuta sin pareja. El artista expone allí el universo expuesto y desprotegido que es la falta de compañía. Se trata así de expresar ese sentimiento universal que nos ha tocado a todos, leve o pesadamente, en algún momento de la vida. Misterio del que todo arte se ha ocupado a lo largo de la historia, la soledad se junta con la locura, la melancolía y la muerte.

De manera existencial, anecdótica o circunstancial, todos sabemos acerca de la soledad y cuando lastima demasiado habría que intentar desarmarla para ver de qué se trata para cada uno de nosotros.

No es solamente cuestión de salir a buscar desesperadamente amigos o una pareja ya que es muy frecuente sentirse muy solo en compañía por más bien intencionada y amorosa que esta sea. ¿Cuántas veces nos encontramos pensando: qué estoy haciendo acá tan solo? En un recital multitudinario, en una cena familiar, dictando una conferencia y en cualquier lugar en que la presencia de la soledad, aparezca. Pensemos acerca de ella.


La diferencia: sentir, estar o ser solo


La soledad absoluta no existe, puesto que la primera relación con la madre o quien cumpla su función saca al bebé de ese abismo, le funda un cuerpo y lo deja para siempre como cría humana, merced de ese primer vínculo que será la matriz de sus futuros lazos.

La diferencia no está tanto en la clase o tipo de soledad que nos aqueja, ni en la realidad de si nos encontramos o no realmente solos. La diferencia fundamental radica en estar solos o sentirnos solos.
Sentir la soledad es sinónimo de sentir el abandono. Sentir que nos dejaron solos, devastados, desconsolados y sin ayuda. Es decir que hemos quedado a la espera del Otro, así con mayúsculas, a su demanda y a su deseo que es lo que aprendimos desde el nacimiento.

Ser solo, por el contrario, constituye una ilusión que suelen manifestar los hijos únicos o alguna víctima de divismo. Estas personas son por lo general tenidas en cuenta en exceso, por lo que sufren la dependencia y el ruido interior en forma intensa: una conversación interior con "mamá-papá-parejas y demás representantes" que los presionan contínuamente. Es lo que conocemos popularmente como "rollo" y cuando se pone en palabras es engorroso de escuchar porque se produce un clima de lamento y callejón sin salida.

Estar solo no reviste en general ningún malestar si la persona ha podido incorporar en su vida la protección del otro en el debido momento de su infancia. Hay sin embargo, quienes ni se animan a probar la experiencia...

No obstante, este sentimiento ácido, desagradable, bien puede transformarse si es atravesado con trabajo, acercándose a la soledad cuidadosamente, con la ayuda de un profesional si es necesario, en un modo de estar en el mundo más íntimo y más cercano al acto creativo.

La soledad, entonces, puede tener una connotación desértica y pavorosa pero a la vez constituye una posibilidad nueva: ser un incentivo para la creación.

Es posible entonces precipitar el acto que hace corte con ese Otro interno que nos hace sentir abandonados y autorizarnos a crear. Todo un mundo nuevo se despliega frente al ser.

Se registran muchas formas de soledad. Por ejemplo una manera orgullosa de estar solo sería la que se defiende de la enorme necesidad de afecto y no acepta el temor. "Me las arreglo solo", dice. 'Estoy solo', piensa. Pero no reconoce que el sostén permanente funciona dentro de sí y es el miedo a la pérdida de la evocación del otro lo que produce la defensa: el soberbio "no necesito a nadie".

Hasta que un día esta fortaleza se puede derrumbar por una simple eventualidad: un asalto, la pérdida de un objeto preciado aunque poco importante para los demás, una enfermedad leve, una mala noticia, un granizo que cae. En ese momento se evidencia la necesidad del lazo con otros y el solitario se da cuenta de que el amor es eso: abrirse a reconocer las ganas inevitables del encuentro. Y después, si quiere, insistir con su viaje a la isla desierta.


Soledad devastadora

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Cuando el individuo percibe una sensación de dolor y abandono muy intensos, es una señal de que se ha producido una falla en la incorporación del otro protector que en su momento fue su primera relación: la madre o sustituto.

Es por esto que es crucial recordar que la ley del amor consiste en una presencia atemperada por la ausencia. En ese lapso de ausencia es donde el bebé puede ir estableciendo su capacidad de demora, construir su imaginario y aprender a confiar en que la madre va a volver a aparecer. Para esto, después de chillar sin éxito, inventa gradualmente juegos, canturreos, blableos y balbuceos y lentamente la irá evocando hasta que ella vuelva en la realidad. Este espacio de ausencia y será indispensable para poder pensar antes de actuar en la adultez y no sentir tanta angustia ante la falta de los otros y las faltas propias. Es algo que surge como la primera puesta de límites: "Mamá se va y enseguida vuelve"...

El pequeño va construyendo así su mundo de imágenes y las llevará consigo junto con símbolos y una presencia consistente quedará sellada atenuando en parte el pánico y el miedo a quedar solo.


Historia de soledades


En tiempos no tan lejanos, existía en la construcción social un prójimo consistente, alguien con la suficiente consistencia para decir lo que se debía hacer y lo que no y cuál era el destino de los hijos. Esto ahora suena algo autoritario y cruel, pero cierto es que la constitución subjetiva, la articulación de la personalidad y de un criterio acorde al mandato familiar simplificaba en algo las cosas.

Hoy vivimos una modernidad que paradójicamente les ofrece al hombre actual las llaves de la felicidad. El discurso obsesivo del mercado y del discurso mediático insisten en ofrecer formas de felicidad ajenas a la estructura del ser humano y lo obliga a asociar el bienestar con el consumo desmedido y la promesa de un TODO posible de satisfacción cerrada.

Lo que no le puede ofrecer es asegurarle que no se va a morir.

Freud ya dijo que lo importante para mantener el anidamiento del deseo vivo es la diferencia entre lo hallado y lo buscado. Lo hallado es la trampa del objeto que ofrece el mercado (artículos, gadgets, comida, ropa de marca, etc) y que como no satisface, empuja a las personas al desborde de la angustia o el pánico. Y cuando corren a pedir sostén, no hay nadie para soportarlos.


Remedios caseros


Pensemos que ni siquiera está solo el maestro oriental que sube a meditar a la montaña y ahí queda, beatíficamente colocado, por tiempos muy prolongados sin necesitar a nadie. Ya que ha huído a la montaña llrvándose toda una cultura, un dios, el suyo propio nada menos, su doctrina, sus mantras, su oración, y con ellos conversa..

Conversar, aceptarnos necesitados de amor, hacer lazo social, aprovechar los estados de soledad para inventar y crear, son formas de ir reconociendo caso por caso si nos sentimos solos.

Y allí empezar la ronda, como hacemos todos, como cuando jugábamos agarrados de las manos de la infancia, de contarle al otro que lo que nos pasa es mucho peor de lo que le pasa a él. Con el desgaste de escuchar siempre lo mismo, nos vamos a cansar de nosotros y a lo mejor un profesional nos puede ayudar.

Porque que los hay, los hay.