Solo el 28% responden hoy positivamente. Es el nivel más bajo en las
pasadas cinco elecciones. Cuando el republicano George Bush, padre,
perdió la reelección en 1992, a esa misma pregunta respondían “sí” el
37% de los votantes. Y si se toma como referencia la que llevó a Obama a
la Casa Blanca, en pleno terremoto financiero por el colapso de Lehman
Brothers, veían mejor las cosas el 34%.
La situación es ahora mejor que en otoño de 2008: se crea empleo, la economía crece, hay liquidez en las empresas y el sistema financiero se ha estabilizado. Los últimos datos muestran, además, que EE UU seguirá desmarcándose de Europa en la primera mitad de 2012. “El repunte en los mercados bursátiles, una mayor confianza del consumidor y la creación de empleo hacen pensar que el crecimiento continuará siendo firme”, según la OCDE.
Wall Street también percibe que la dirección de EE UU es opuesta a la de los países de la zona euro, a la que los organismos internacionales pronostican una suave recesión y altas tasas de paro. A diferencia de Europa, EE UU cuenta con un solo Gobierno, un solo Parlamento y un solo banco central para estructurar su estrategia de acción frente a la crisis. Y en este momento, en EE UU prima apuntalar el crecimiento a medio plazo antes de entrar en la senda de la austeridad.
La Reserva Federal mantiene los tipos de interés cerca de cero desde otoño de 2008 y ha movilizado 2,3 billones de dólares para comprar deuda del Tesoro y otros activos con el objetivo de estimular la economía sin disparar el riesgo de inflación. Su presidente, Ben Bernanke, no tiene intención de subir tipos hasta dentro de dos años.
Pero la política monetaria, aun siendo un arma de acción muy poderosa, no es suficiente para afrontar todos los problemas.
EE UU ha tomado un camino distinto del de Europa, cierto, pero sufre de anemia. El gran reto para Obama es, por tanto, qué datos y opiniones positivas se perciban en la calle. Y no solo deberá convencer al elector de que las cosas van mejor; también tendrá que demostrar que es gracias a su gestión. Fue el candidato perfecto para derrotar en las urnas al veterano John McCain, pero, como consejero delegado, su gestión está llena de dudas en aspectos que afectan directamente al bolsillo de los contribuyentes. El desacoplamiento entre EE UU y Europa no es, por tanto, completo. Y también es cierto que ningún presidente desde Franklin D. Roosevelt fue reelegido con una tasa de paro superior al 7,2%.
La gran mayoría de estadounidenses, de hecho, siguen frustrados, y solo el 48% aprueban la gestión del político demócrata, según Gallup. Solo hay que fijarse en el frenesí desatado por el último bote en la lotería Mega Millions, de 656 millones de dólares.
A la espera de que se conozca quién será su rival en noviembre, estos son los indicadores cuya evolución determinará si Obama pasará a engrosar la lista del paro:
Crecimiento. EE UU lleva expandiéndose casi tres años seguidos. Pero lo ha hecho con menos fuerza que en otras recesiones y de manera más inestable. La actividad económica cobró vigor de forma gradual en 2011: de rozar la contracción con una tasa de crecimiento de solo el 0,4% en el primer trimestre hasta un sólido 3% en el cuarto. El perfil es opuesto al de Europa. La media anual, sin embargo, quedó en un tímido 1,7%, la mitad que en 2010.
El consumo privado, del que dependen dos tercios del PIB, creció un 0,8% en febrero. Un dato en apariencia sólido, pero que fue debido principalmente al alza de la gasolina. Y esto sucedió mientras los ingresos de los hogares subieron solo dos décimas porcentuales, dato que, ajustado a la inflación, cayó un 0,1%.
Como señaló Ben Bernanke, la normalidad está aún lejos. Mark Zandi, economista jefe de Moody’s Analitics, es optimista y cree que EE UU está listo “para apretar el acelerador”. Su proyección es de un crecimiento medio del 2,5% para 2012. La OCDE habla del 2,9% hasta el verano y del 2,8% en la segunda mitad, frente al 1,9% del G-7, el club de los países más ricos del mundo. A ese ritmo podrán crearse algo más de un millón de empleos.
Paro. En el último mes en el que George W. Bush ejerció como presidente se destruyeron 820.000 puestos de trabajo en EE UU, la peor cifra en seis décadas. Tres años después, se crean más de 200.000 empleos al mes, con el sector privado como motor. Un invierno suave ha ayudado mucho. Y a más gente trabajando, más demanda. Pero Bernanke insiste en que no hay que ser complacientes, y señala que la caída del paro desde el 9,1% en agosto hasta el 8,3% en enero y febrero no se corresponde con el aparente vigor de la economía.
Ese es el gran dilema: se crean más empleos, pero el paro no baja del 8%. Y el ritmo actual es insuficiente para recuperar los 8,8 millones de puestos de trabajo destruidos entre enero de 2008 y febrero de 2010. Se han creado desde entonces 3,1 millones de empleos. El balance de Obama arrastra aún un saldo negativo superior al millón. La tasa de participación laboral (los mayores de 15 años dispuestos a trabajar en comparación con la población) es de solo el 63,9%. Hay otros detalles preocupantes. El paro juvenil se eleva al 23,8%, y de los 12,8 millones de desocupados, el 42,6% son de larga duración.
Hay, además, 8,1 millones de estadounidenses obligados a trabajar a tiempo parcial, y 2,6 millones que siguen apartados del mercado laboral, lo que eleva el subempleo al 14,9%. Con la tasa de participación estable y la población creciendo al mismo ritmo que en 2011, sería suficiente con 150.000 empleos al mes para que el paro rondase el 8%. Si son 240.000, podría bajar al 7,5%. Pero si la participación sube medio punto porcentual se necesitarían 372.000.
Vivienda. La depresión que vive el mercado inmobiliario es para Bernanke lo que hace resbaladizo el repunte de la economía estadounidense. En una recuperación normal, la vivienda y la industria relacionada con ella, como la de los electrodomésticos, tira de la actividad económica. El problema ahora es que los potenciales compradores no pueden aprovechar los bajos precios ni los tipos de interés porque no tienen acceso al crédito.
El impulso de la Reserva Federal está teniendo un efecto muy débil. Los precios siguen cayendo. Si se toman como referencia las 20 mayores ciudades del país, el valor medio de los inmuebles está al mismo nivel que el de comienzos de 2003, cuando empezó el anterior ciclo expansivo en el sector. Son las regiones que más crecieron entonces las que ahora van más rezagadas en el proceso de recuperación. La corrección de los precios ha sido del 34,4% desde el máximo de julio de 2006, según S&P CaseShiller.
Hay, sin embargo, señales que indican que podría estar cerca de tocar fondo, en concreto cuando se analiza la confianza de los constructores y el alza en el lanzamiento de nuevos proyectos en el segmento de viviendas multifamiliares. El problema para Obama es que habrá que esperar aún un año para ver si el alza de precios se sostiene realmente, algo que está vinculado al empleo.
También dependerá de la evolución de los embargos y de la cantidad de viviendas que salgan al mercado. Una cuarta parte de las casas de segunda mano vendidas en febrero estaban a punto de ser embargadas, de acuerdo con RealtyTrac. Otro dato: en el cuarto trimestre, el 22,8% de las propiedades tenían un valor inferior al de sus hipotecas, según CoreLogic.
Gasolina. El razonamiento es simple. El alza del combustible afecta a la confianza del consumidor y reduce su capacidad de gasto. Y un consumidor descontento puede hacer descarrilar una recuperación frágil y trastocar el curso de las elecciones. Eso no es bueno ni para Barack Obama ni para su homólogo francés, Nicolas Sarkozy, que también busca la reelección este año.
El precio de la gasolina ronda el dólar por litro en varias regiones de EE UU. Se calcula que si sigue así, los conductores gastarán 75.000 millones más en gasolina en 2012, lo que equivale a un 0,5% del PIB. El problema es que ese precio se superará fácilmente durante el verano, sobre todo con la temporada de huracanes en el golfo de México.
Como dicen en Moody’s, eso “hará algún daño”, y su efecto ya se refleja en las encuestas como el principal factor de preocupación entre el 28% de los electores. La oposición republicana aprovecha para cuestionar la política energética de Obama, incluso si el alza del petróleo responde a factores que escapan al control del presidente, como la especulación o la tensión geopolítica.
No es casualidad, sin embargo, que EE UU y Francia estén considerando, junto a Reino Unido, coordinar la liberación de sus reservas estratégicas de crudo para conseguir rebajar esa presión. Es una opción que puede ser vista como oportunista desde el punto de vista político, porque no responde a una situación real de emergencia, y que no resuelve el problema.
Deuda. Los países de la periferia europea no son los únicos con problemas presupuestarios. El déficit federal estadounidense lleva por encima del billón de dólares desde que Obama es presidente. La deuda bruta del país equivale ya al peso de su economía. Una tendencia que es insostenible, insisten desde hace años la Reserva Federal y el FMI. Standard & Poor’s ya privó por ello a EE UU de la máxima nota crediticia, y no está descartado que de la AA+ pase a la A en unos meses si no se pone freno a la escalada.
Los inversores, sin embargo, ignoraron la pérdida de la AAA y acudieron a las letras que emite el Tesoro estadounidense como refugio ante el temor a que la crisis de la deuda soberana europea se intensificara. Moody’s y Fitch mantienen la máxima nota de solvencia. Eso no quita que sea urgente un plan fiscal creíble que contenga el aumento de la deuda a medio plazo. El nuevo recorte, en cualquier caso, no sucederá antes de las elecciones.
Europa. La crisis de la deuda soberana europea representa otro elemento de lastre para la economía de EE UU y un factor, por tanto, de incertidumbre. El secretario del Tesoro, Timothy Geithner, único superviviente del equipo económico original de Obama, presiona a Bruselas para que levante cortafuegos que contengan su propagación.
Analizando todos estos datos, la primera reflexión llevaría a pensar que Obama perderá las elecciones o que en el mejor de los casos las ganará por un margen muy ajustado. Pero las diferentes encuestas muestran también que buena parte del electorado sigue echando la culpa a George W. Bush de la crisis financiera y la recesión. En cuanto al paro, la responsabilidad está más repartida con Obama.
Eso pesa en Mitt Romney, el mejor colocado para hacerse con la nominación republicana a la presidencia. Pero el exgobernador de Massachusetts contraataca con el argumento de que la política de Obama no hizo más que “prolongar la recesión”, y le acusa con su plan de estímulos de haber desbocado aún más el déficit, además de incumplir su promesa de que el paro no superaría el 8%. Para denunciarlo, acude a fábricas cerradas que recibieron ayudas.
Lo interesante después de revisar los indicadores es que los analistas coinciden en que la aceleración real de la economía llegará pasadas las elecciones. Pero la OCDE y el FMI insisten en que es necesario que EE UU acometa reformas para dar un mayor impulso. Hay, sin embargo, dos elementos de riesgos con vistas a 2013. El primero, el fin de las ayudas fiscales a las rentas más altas y a asalariados. El segundo, la nueva fase de austeridad.
Esa combinación de alza de impuestos y de recorte del gasto puede restar hasta medio punto porcentual al crecimiento. Por eso, algunos economistas no son tan optimistas con vistas al año que viene. Y el circo que se vivió el pasado verano en el Capitolio durante la negociación del techo de endeudamiento supone un serio riesgo político para la economía. Entre tanto, la Reserva Federal sigue dividida sobre el camino a seguir.
La situación es ahora mejor que en otoño de 2008: se crea empleo, la economía crece, hay liquidez en las empresas y el sistema financiero se ha estabilizado. Los últimos datos muestran, además, que EE UU seguirá desmarcándose de Europa en la primera mitad de 2012. “El repunte en los mercados bursátiles, una mayor confianza del consumidor y la creación de empleo hacen pensar que el crecimiento continuará siendo firme”, según la OCDE.
Wall Street también percibe que la dirección de EE UU es opuesta a la de los países de la zona euro, a la que los organismos internacionales pronostican una suave recesión y altas tasas de paro. A diferencia de Europa, EE UU cuenta con un solo Gobierno, un solo Parlamento y un solo banco central para estructurar su estrategia de acción frente a la crisis. Y en este momento, en EE UU prima apuntalar el crecimiento a medio plazo antes de entrar en la senda de la austeridad.
La Reserva Federal mantiene los tipos de interés cerca de cero desde otoño de 2008 y ha movilizado 2,3 billones de dólares para comprar deuda del Tesoro y otros activos con el objetivo de estimular la economía sin disparar el riesgo de inflación. Su presidente, Ben Bernanke, no tiene intención de subir tipos hasta dentro de dos años.
Pero la política monetaria, aun siendo un arma de acción muy poderosa, no es suficiente para afrontar todos los problemas.
EE UU ha tomado un camino distinto del de Europa, cierto, pero sufre de anemia. El gran reto para Obama es, por tanto, qué datos y opiniones positivas se perciban en la calle. Y no solo deberá convencer al elector de que las cosas van mejor; también tendrá que demostrar que es gracias a su gestión. Fue el candidato perfecto para derrotar en las urnas al veterano John McCain, pero, como consejero delegado, su gestión está llena de dudas en aspectos que afectan directamente al bolsillo de los contribuyentes. El desacoplamiento entre EE UU y Europa no es, por tanto, completo. Y también es cierto que ningún presidente desde Franklin D. Roosevelt fue reelegido con una tasa de paro superior al 7,2%.
La gran mayoría de estadounidenses, de hecho, siguen frustrados, y solo el 48% aprueban la gestión del político demócrata, según Gallup. Solo hay que fijarse en el frenesí desatado por el último bote en la lotería Mega Millions, de 656 millones de dólares.
A la espera de que se conozca quién será su rival en noviembre, estos son los indicadores cuya evolución determinará si Obama pasará a engrosar la lista del paro:
Crecimiento. EE UU lleva expandiéndose casi tres años seguidos. Pero lo ha hecho con menos fuerza que en otras recesiones y de manera más inestable. La actividad económica cobró vigor de forma gradual en 2011: de rozar la contracción con una tasa de crecimiento de solo el 0,4% en el primer trimestre hasta un sólido 3% en el cuarto. El perfil es opuesto al de Europa. La media anual, sin embargo, quedó en un tímido 1,7%, la mitad que en 2010.
El consumo privado, del que dependen dos tercios del PIB, creció un 0,8% en febrero. Un dato en apariencia sólido, pero que fue debido principalmente al alza de la gasolina. Y esto sucedió mientras los ingresos de los hogares subieron solo dos décimas porcentuales, dato que, ajustado a la inflación, cayó un 0,1%.
Como señaló Ben Bernanke, la normalidad está aún lejos. Mark Zandi, economista jefe de Moody’s Analitics, es optimista y cree que EE UU está listo “para apretar el acelerador”. Su proyección es de un crecimiento medio del 2,5% para 2012. La OCDE habla del 2,9% hasta el verano y del 2,8% en la segunda mitad, frente al 1,9% del G-7, el club de los países más ricos del mundo. A ese ritmo podrán crearse algo más de un millón de empleos.
Paro. En el último mes en el que George W. Bush ejerció como presidente se destruyeron 820.000 puestos de trabajo en EE UU, la peor cifra en seis décadas. Tres años después, se crean más de 200.000 empleos al mes, con el sector privado como motor. Un invierno suave ha ayudado mucho. Y a más gente trabajando, más demanda. Pero Bernanke insiste en que no hay que ser complacientes, y señala que la caída del paro desde el 9,1% en agosto hasta el 8,3% en enero y febrero no se corresponde con el aparente vigor de la economía.
Ese es el gran dilema: se crean más empleos, pero el paro no baja del 8%. Y el ritmo actual es insuficiente para recuperar los 8,8 millones de puestos de trabajo destruidos entre enero de 2008 y febrero de 2010. Se han creado desde entonces 3,1 millones de empleos. El balance de Obama arrastra aún un saldo negativo superior al millón. La tasa de participación laboral (los mayores de 15 años dispuestos a trabajar en comparación con la población) es de solo el 63,9%. Hay otros detalles preocupantes. El paro juvenil se eleva al 23,8%, y de los 12,8 millones de desocupados, el 42,6% son de larga duración.
Hay, además, 8,1 millones de estadounidenses obligados a trabajar a tiempo parcial, y 2,6 millones que siguen apartados del mercado laboral, lo que eleva el subempleo al 14,9%. Con la tasa de participación estable y la población creciendo al mismo ritmo que en 2011, sería suficiente con 150.000 empleos al mes para que el paro rondase el 8%. Si son 240.000, podría bajar al 7,5%. Pero si la participación sube medio punto porcentual se necesitarían 372.000.
Vivienda. La depresión que vive el mercado inmobiliario es para Bernanke lo que hace resbaladizo el repunte de la economía estadounidense. En una recuperación normal, la vivienda y la industria relacionada con ella, como la de los electrodomésticos, tira de la actividad económica. El problema ahora es que los potenciales compradores no pueden aprovechar los bajos precios ni los tipos de interés porque no tienen acceso al crédito.
El impulso de la Reserva Federal está teniendo un efecto muy débil. Los precios siguen cayendo. Si se toman como referencia las 20 mayores ciudades del país, el valor medio de los inmuebles está al mismo nivel que el de comienzos de 2003, cuando empezó el anterior ciclo expansivo en el sector. Son las regiones que más crecieron entonces las que ahora van más rezagadas en el proceso de recuperación. La corrección de los precios ha sido del 34,4% desde el máximo de julio de 2006, según S&P CaseShiller.
Hay, sin embargo, señales que indican que podría estar cerca de tocar fondo, en concreto cuando se analiza la confianza de los constructores y el alza en el lanzamiento de nuevos proyectos en el segmento de viviendas multifamiliares. El problema para Obama es que habrá que esperar aún un año para ver si el alza de precios se sostiene realmente, algo que está vinculado al empleo.
También dependerá de la evolución de los embargos y de la cantidad de viviendas que salgan al mercado. Una cuarta parte de las casas de segunda mano vendidas en febrero estaban a punto de ser embargadas, de acuerdo con RealtyTrac. Otro dato: en el cuarto trimestre, el 22,8% de las propiedades tenían un valor inferior al de sus hipotecas, según CoreLogic.
Gasolina. El razonamiento es simple. El alza del combustible afecta a la confianza del consumidor y reduce su capacidad de gasto. Y un consumidor descontento puede hacer descarrilar una recuperación frágil y trastocar el curso de las elecciones. Eso no es bueno ni para Barack Obama ni para su homólogo francés, Nicolas Sarkozy, que también busca la reelección este año.
El precio de la gasolina ronda el dólar por litro en varias regiones de EE UU. Se calcula que si sigue así, los conductores gastarán 75.000 millones más en gasolina en 2012, lo que equivale a un 0,5% del PIB. El problema es que ese precio se superará fácilmente durante el verano, sobre todo con la temporada de huracanes en el golfo de México.
Como dicen en Moody’s, eso “hará algún daño”, y su efecto ya se refleja en las encuestas como el principal factor de preocupación entre el 28% de los electores. La oposición republicana aprovecha para cuestionar la política energética de Obama, incluso si el alza del petróleo responde a factores que escapan al control del presidente, como la especulación o la tensión geopolítica.
No es casualidad, sin embargo, que EE UU y Francia estén considerando, junto a Reino Unido, coordinar la liberación de sus reservas estratégicas de crudo para conseguir rebajar esa presión. Es una opción que puede ser vista como oportunista desde el punto de vista político, porque no responde a una situación real de emergencia, y que no resuelve el problema.
Deuda. Los países de la periferia europea no son los únicos con problemas presupuestarios. El déficit federal estadounidense lleva por encima del billón de dólares desde que Obama es presidente. La deuda bruta del país equivale ya al peso de su economía. Una tendencia que es insostenible, insisten desde hace años la Reserva Federal y el FMI. Standard & Poor’s ya privó por ello a EE UU de la máxima nota crediticia, y no está descartado que de la AA+ pase a la A en unos meses si no se pone freno a la escalada.
Los inversores, sin embargo, ignoraron la pérdida de la AAA y acudieron a las letras que emite el Tesoro estadounidense como refugio ante el temor a que la crisis de la deuda soberana europea se intensificara. Moody’s y Fitch mantienen la máxima nota de solvencia. Eso no quita que sea urgente un plan fiscal creíble que contenga el aumento de la deuda a medio plazo. El nuevo recorte, en cualquier caso, no sucederá antes de las elecciones.
Europa. La crisis de la deuda soberana europea representa otro elemento de lastre para la economía de EE UU y un factor, por tanto, de incertidumbre. El secretario del Tesoro, Timothy Geithner, único superviviente del equipo económico original de Obama, presiona a Bruselas para que levante cortafuegos que contengan su propagación.
Analizando todos estos datos, la primera reflexión llevaría a pensar que Obama perderá las elecciones o que en el mejor de los casos las ganará por un margen muy ajustado. Pero las diferentes encuestas muestran también que buena parte del electorado sigue echando la culpa a George W. Bush de la crisis financiera y la recesión. En cuanto al paro, la responsabilidad está más repartida con Obama.
Eso pesa en Mitt Romney, el mejor colocado para hacerse con la nominación republicana a la presidencia. Pero el exgobernador de Massachusetts contraataca con el argumento de que la política de Obama no hizo más que “prolongar la recesión”, y le acusa con su plan de estímulos de haber desbocado aún más el déficit, además de incumplir su promesa de que el paro no superaría el 8%. Para denunciarlo, acude a fábricas cerradas que recibieron ayudas.
Lo interesante después de revisar los indicadores es que los analistas coinciden en que la aceleración real de la economía llegará pasadas las elecciones. Pero la OCDE y el FMI insisten en que es necesario que EE UU acometa reformas para dar un mayor impulso. Hay, sin embargo, dos elementos de riesgos con vistas a 2013. El primero, el fin de las ayudas fiscales a las rentas más altas y a asalariados. El segundo, la nueva fase de austeridad.
Esa combinación de alza de impuestos y de recorte del gasto puede restar hasta medio punto porcentual al crecimiento. Por eso, algunos economistas no son tan optimistas con vistas al año que viene. Y el circo que se vivió el pasado verano en el Capitolio durante la negociación del techo de endeudamiento supone un serio riesgo político para la economía. Entre tanto, la Reserva Federal sigue dividida sobre el camino a seguir.