Como
muchos científicos de todas las épocas era distraído, obsesivo y
excéntrico, pero a diferencia de la mayoría de sus colegas del siglo XX
su vida terminó en medio de la ignominia y el ostracismo. Padre de la computadora, decodificador de los secretos militares alemanes durante la segunda guerra mundial, en sus 42 años de vida Alan Turing abrió campos insospechados como la combinatoria de matemáticas y biología que derivó en sus hallazgos en morfogénesis.
Alan Turing, una de las figuras más importantes del siglo XX
A
100 años de su nacimiento, los homenajes que está recibiendo tienen
muchísimo de reconocimiento y un poco de embarazosa reparación
histórica. En 2009, el entonces primer ministro laborista Gordon Brown pidió
disculpas públicas por la manera en que había sido tratado en su época,
pero la petición dos años más tarde para que su condena fuera revocada
post-morten no tuvo el mismo éxito. Lord Mc Nally, secretario de justicia, señaló que no podía hacerlo porque había sido condenado por homosexualidad, conducta que era considerada un delito en la Inglaterra de los 50.
Hace
rato que su figura ha trascendido estos vaivenes de la política
oficial. Como parte de su centenario hay eventos organizados desde
Estados Unidos hasta Filipinas para un hombre que los británicos
eligieron entre los 21 más grandes de una historia pródiga de nombres ilustres y que la revista Time clasificó entre las 100 figuras más importantes del siglo XX.
El
Museo de la Ciencia de Londres inaugura este jueves una celebración de
su vida y su legado con una exposición de los principales hitos de su
carrera y la muestra más exhaustiva organizada hasta el momentos de los
aparatos que inventó. Como señaló el director de relaciones exteriores
de Google Peter Barron, en la inauguración de la muestra para la prensa
este miércoles, “está claro que, si uno considera el papel que juegan
las computadoras en nuestra vida, las invenciones de Turing forman parte de los más importantes hallazgos científicos del siglo XX”
El niño prodigio
Turing tuvo mucho de niño prodigio. Aprendió a leer solo y a los seis años maravillaba a sus maestros. A los 16 lidiaba con Einstein y resolvía complejísimos problemas matemáticos.
Su interés por la ciencia fue tal que en la famosa escuela
independiente de Shernbourne, acostumbrada a evaluar a sus alumnos por
el manejo de los clásicos, le recomendaron que procurara “educarse”
porque si lo que quería era ser un “especialista científico” estaba
perdiendo el tiempo.
Turing no volvió a perder el tiempo. En el Kings College de Cambridge se convirtió en profesor de Matemáticas a los 22 años. En las dos décadas que siguieron fue abriendo y conquistando territorios, recorrido maravillosamente capturado por la exposición del Museo de la Ciencia. En 1936 sentó las bases teóricas de la computadora con su estudio de los números computables y la creación de un cerebro electrónico. En 1945 diseñó el aparato mismo con todas sus especificidades. La computadora sería completada en 1950 y durante unos años sería la más rápida del planeta.
En
la exposición del Museo de la Ciencia la computadora tiene el aspecto
de una gigantesca centralita telefónica de hace décadas. Como comentó a
este periódico el curador de la muestra, David Rooney, es igual a las
computadoras de hoy en día, pero a gran escala. “Lo que hemos hecho es
miniaturizar cada vez más esta creación agregándole potencia, pero el
mecanismo es el mismo”, dijo Rooney.
Como
no podía ser de otra manera entre la teoría y la práctica de la
computación, entre esos años clave de la historia mundial que fueron
1936 y 1945, Turing no se quedó quieto. En 1938 fue reclutado por los
servicios secretos británicos para formar parte de un grupo de matemáticos que debía descifrar los códigos secretos de los nazis. Turing decodificó la máquina encriptadora de los alemanes, llamada Enigma,
que neutralizó con la que él diseñó, Bombe, clave para acelerar la
victoria de los aliados anticipando ataques y posiciones militares
germanas.
Entre 1952 y 1954 Turing abrió otro campo, el de la morfogénesis, con
su pionera combinación de matemáticas y biología para estudiar la
creación de las formas. Esto permitió recientemente confirmar de forma
experimental algunos patrones biológicos como las rayas del tigre o las manchas del leopardo. Pero para ese entonces su vida científica ya estaba bajo la sombra de su vida personal.
Muerte por arsénico
En enero de 1952 Turing conoció a Arnold Murray.
Unas semanas después Murray lo visitó en su casa y le facilitó el
acceso a un cómplice suyo para robarle. La investigación policial que
siguió a la denuncia que hizo Turing terminó con el científico
reconociendo su homosexualidad, delito en una Inglaterra que no había
cambiado mucho desde que habían condenado a Oscar Wilde por “indencencia grave y perversión sexual”, los mismos cargos que enfrentó Turing.
La
justicia le dio a elegir entre la prisión y un tratamiento con
estrógeno, concebido tres años antes en uno de los tantos extravíos que
ha tenido la ciencia, por el neurocientífico Frederick Golla. Turing eligió el estrógeno. Dos años más tarde, se inclinaría por otra sustancia más letal: el arsénico. La
empleada de la limpieza lo encontró muerto el 8 de junio de 1954.
Durante mucho tiempo se especuló con que la manzana que estaba a su lado
había sido rociada con arsénico en honor a su película favorita,
“Blancanieves y los siete enanitos”.
En
la muestra del Museo de la Ciencia se encuentra el certificado de post
mortem que, según indicó al ABC el curador de la muestra, descarta esa
versión colorida. “En el cuerpo había suficiente arsénico como para
llenar un vaso de vino. Una manzana jamás hubiera podido absorber esa
cantidad de arsénico. Como científico sabía lo que estaba tomando. La
manzana era una manera de sacarse el mal gusto del arsénico”, señaló
Rooney.