Esta historia comienza en febrero de 2010, en las instalaciones de laAdministración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA) en Boulder, Colorado.
En esa fecha, la NASA y la Comisión Europea llevaron a cabo un
simulacro de tormenta solar extrema para averiguar hasta qué punto ambos
continentes estaban (o no) preparados para resistir a este violento
fenómeno meteorológico espacial.
Los
resultados fueron desesperanzadores. En efecto, se determinó que apenas
cinco días después de detectarse la supuesta llamarada solar, extensas zonas de Europa y EE.UU
sufrirían, sin remedio, un «apagón tecnológico» casi completo. Lo cual,
en palabras llanas, suponía el fallo generalizado de las redes de
telecomunicaciones y de las centrales energéticas. Y, por consiguiente,
del suministro eléctrico en hogares e industria, lo que llevaría a su
vez al colapso de los transportes (terrestres, aéreos y marítimos), de
las redes de abastecimiento de las grandes ciudades (alimentos,
combustible, medicinas...), e incluso del suminstro de agua en las
grandes zonas urbanas. Una situación, para colmo, que podría llegar a
durar dos largos años.
Pero lo peor de todo fue la constatación de que en ninguna de las dos orillas del Atlántico se habían destinado medios y recursos suficientes para hacer frente a este escenario potencialmente catastrófico.
El
resultado del simulacro fue la elaboración de una larga lista de
recomendaciones a los gobiernos. Desde la creación de protocolos de
desconexión rápida de centrales eléctricas y redes de telecomunicaciones
(para apagarlas antes de que llegara la tormenta) a campañas
informativas de carácter masivo para la población, enumerando toda una
serie de «medidas domésticas de urgencia» que cada familia debería de poner en práctica en caso de producirse la tan temida tormenta solar.
Hoy,
dos años y medio después, un buen puñado de países han decidido tomar
cartas en el asunto. Otros, sin embargo, como es el caso de España, que
ni siquiera participó en el simulacro, han hecho oidos sordos y han
aparcado el informe en el fondo de un cajón. Así, mientras que en EE.UU, Reino Unido, Portugal, Alemania, Holanda o Francia
(por citar sólo algunos) se creaban comisiones parlamentarias de
investigación y oficinas de atención al ciudadano especializadas,
nuestro país decidió no hacer nada y mantenerse al margen de los
esfuerzos internacionales.
En
enero de este mismo año, por ejemplo, Barak Obama elevaba a rango de
«amenaza nacional» a las tormentas solares al incluirlas en su ya famosa
Directiva Nacional 8, que enumera uno por uno los 23 principales
riesgos (tanto naturales como humanos) que podrían llevar a estados
Unidos a una situación de «catástrofe nacional». La
decisión, por supuesto, no se improvisó de un día para otro, sino que
fue consecuencia de un informe del Departamento de Seguridad Nacional,
que evaluó con detalle y durante meses cada uno de los riesgos
potenciales antes de incluirlos en la lista final. La administración
norteamericana, además, ha creado todo un nuevo sistema de Protección
Civil, especialmente preparado para hacer frente a cualquiera de las
posibles amenazas. Incluyendo una tormenta solar de grandes
proporciones.
Otro
ejemplo a destacar es el del Reino Unido. Apenas unos meses después del
simulacro de tormenta solar (en noviembre de 2011), la cuestión llegaba
hasta el mismísimo Comité de Defensa del Parlamento,
donde fue debatida tras haber sido estudiada de forma exhaustiva
durante varios meses. Entre otras medidas, el Comité decidió informar a
la población de los riesgos y de las medidas a adoptar en las casas,
como preparar reservas de agua embotellada y comida no perecedera para
un mes. También acordó poner a punto una flota de vehículos capaces de
resistir a un pulso electromagnético para garantizar los servicios
públicos esenciales cuando se produjera la crisis.
Eyección de masa coronal del 7 de junio de 2011
Más recientemente, en marzo de este año, el gobierno británico actualizó su National Risk Register of Civil Emergencies
para incluir expresamente "eventos de clima espacial" como las
tormentas solares. Y lo que es más, cifraba las posibilidades de que se
repita un «evento Carrington»
(la mayor tormenta solar de la que tenemos noticia, sucedida en 1859)
entre un 5% y un 50% para los próximos cinco años. Un riesgo realmente
estremecedor, ya que cuando se produjo el evento Carrington las redes
eléctricas estaban en su infancia y la sociedad no dependía aún por
completo de la tecnología, los satélites y los ordenadores. En la
actualidad, un fenómeno similar podría llevar a una catástrofe de
enormes proporciones.
Pocos
días antes otra investigación, elaborada por Predictive Science, una
prestigiosa institución que provee de varios servicios a la NASA y a las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, estimaba en un 12% las posibilidades de que se produzca un evento solar del tipo Carrington en los próximos siete años.
Sorprendentemente,
y a pesar de la gravedad de los datos, España no se ha decidido aún a
reaccionar. Y ello pese a las advertencias lanzadas desde la Asociación Española de Protección Civil para los Eventos Climáticos Severos,
que ha solicitado ya en varias ocasiones la creación de comisiones
parlamentarias para evaluar los riesgos y preparar, en lo posible, a una
población que no sabría cómo reaccionar si finalmente la gran tormenta
llegara a producirse.
La única excepción en nuestro país es la de Protección Civil de Extremadura, que en marzo publicó un «Decálogo de buenas prácticas. Tormenta solar severa: ¿Cómo prevenir?»
en la que, basándose en las recomendaciones de los informes
internacionales, explicaba a la población cómo debería comportarse si
una fuerte tormenta solar llegara a afectar a las infraestructuras
nacionales. Una simple gota de cordura en medio de una indiferencia
(oficial) generalizada que podemos llegar a pagar muy cara.
Qué hacer en caso de tormenta solar
Existen
dos categorías de actuaciones. Por un lado, los gobiernos deberán haber
llevado a cabo campañas de información pública para que la población
sepa cómo actuar. Y tendrán que tener preparados mapas de estimación de impacto y dispositivos de emergencia capaces de funcionar en un entorno en el que las comunicaciones están interrumpidas y el suministro energético se ha colapsado.
Para
ello, por ejemplo, será necesaria una flota de vehículos capaces de
funcionar incluso durante un pulso electromagnético (EMP). Las plantas
nucleares deberán contar con una reserva de combustible para por lo meos tres meses.
Y, por supuesto, deberá existir un plan de emergencia para aplicar en
el caso de una caída generalizada y por tiempo prolongado de los
suministros de gas y electricidad.
En
cuanto a la población, se recomienda que antes de hacer nada estudie la
situación en su casa y valore, por ejemplo, las posibilidades de que
llegue o no ayuda del exterior, algo que depende de la situación
geográfica. Todo hogar, además, debería de contar con algún metodo para potabilizar el agua,
tener una cocinilla de gas (que no necesita electricidad) y contar con
reservas de agua embotellada y alimentos no perecedeors suficientes para
un mes. Lo mismo vale para las medicinas básicas. Se recomienda también
disponer de algún tipo de identificación vidual y de una reserva de
dinero en efectivo, ya que será imposible utilizar tarjetas u otros
medios electrónicos de pago.