Internet nos ha convertido en unos supervivientes de órdago. E-mail tras e-mail, estado de Messenger tras estado de Messenger, meme tras meme, whatsapp tras whatsapp, hemos ido encarando temibles apocalipsis como el que nos buscamos, sin querer, a finales de 1999 con lo del efecto 2000; o el que llegaría, meses más tardes y sin apenas darnos tiempo para recuperarnos, cuando los planetas se alinearon de forma macabra para, obviamente, ponerle fin a nuestra frágil existencia. Más tarde llegaría el seis de junio de 2006
(el 06/06/06 para las máquinas) y nos las apañamos para salir del paso
durante unos años antes de que, el año pasado, un enfebrecido grupo de
católicos nos alertara de que nada de relajarse, que en mayo tocaba el rapto y Dios iba a llevarse a los infieles de la faz de la Tierra.
Por todo esto, ahora, que la
propagación de mensajes infundados y el pánico colectivo nos obliga a
sobrevivir otro fin del mundo con la entereza de quien envía un mensaje a
15 amigos para que Whatsapp o Facebook sean de pago para todo el mundo menos para él, las cosas nos salen mucho mejor. Para empezar porque este apocalipsis nos lo hemos inventado nosotros, es decir, Internet; es decir, el pueblo. Mucho agorero y mucho histérico se ha apuntado al carro de tomárselo en serio a posteriori pero, delirantes excepciones aparte, la popularidad de este fenómeno es irrefutablemente democrática. Nosotros pervertimos la idea de la profecía maya
y nos sacamos un apocalipsis de la manga porque para eso tenemos más
experiencia en ellos que nadie en la historia y, a golpe de bromas que
se han ido repitiendo o malinterpretando, nos hemos adelantado al
pánico. Lo cual es de agradecer después de que aguantar hecatombes
dictadas por las máquinas, los planetas o Dios sin preguntarle al
pueblo.
Y además porque a estas alturas la maquinaria del apocalipsis está bien rodada
y, como solo quedan dos días para este, podemos celebrar que está
resultando completo, ordenado y socarrón, como se espera de todo fin de
los días de una civilización madura como la nuestra. Los histéricos por
un lado, preparándose para el fin del mundo en lugares remotos, sin molestar. Las marcas haciendo caja
del evento sin que nadie se escandalice; ni siquiera cuando un estudio
de cine porno monta un búnker para albergar a 1.500 personas en una razonable orgía de despedida.
¿Y el pueblo, ese flamante creador todo esto? El pueblo nunca ha tenido
más opciones para desahogar las bromas, la ansiedad y la incredulidad
propias de un asunto así. De esto hay que darle las gracias a las redes
sociales.
En Facebook, por ejemplo, que es una corrala diferente para cada
usuario, puesto que para eso es un lugar relativamente privado, el fin
del mundo se cuela como pidiendo permiso, a través de imágenes y enlaces
a medios, no a través de estados perfectamente cotidianos. Tal y como
está resultando, este debe ser el apocalipsis más educado de todos: nos
podría pillar en pantuflas y aun así nos preguntaría si así estamos
cómodos para dejar de existir o si queremos cambiarnos.
Twitter, la red social del tiempo presente inmediato, pasa algo
parecido: como todavía no ha llegado el día, de momento el pobre anda
sojuzgado a la actualidad. Hasta que la propia hectombe no sea la misma
actualidad, se habla de ella como excusa para hablar de nostros. Hay, eso sí, una masa de personas creando trending topics mundiales de esos que generan pocos retuits y menos impacto. Hasta la fecha, estos han sido #A2DíasdelFinDelMundoYAúnNoSé,
donde lo más popular es hacer bromas sobre Pitbull y suspiros porque
por lo visto hay mucha gente que aún no hay conocido al amor de su vida y
#ConfesionesDelFinDelMundo,
que, en lugar del cachondeo general que podría dar de sí, ha resultado
en una retahíla de confesiones denotativas de personas desconocidas y
bromas adolescentes. Lo que dé de sí este fin del mundo, porque eso se
descubrirá en Twitter, se verá el viernes.
Tumblr -es una red social que se presta a textos más largos y personales
que cualquier otra y por eso facilita la introspección; y que fuera de
España es usada generalmente por adolescentes y por eso gira
principalmente entre el exhibicionismo y la falta de autoestima-
se ha erigido esta vez como amalgama de las todas ideas sobre las que
se está vertebrando, por ahora, este fin del mundo en todo Internet. A
saber: que lo que de verdad da miedo es que el mundo se acabe; que hay aprovechar la coyuntura para darse al sexo y que a todos se nos va a quedar cara de tontos cuando veamos que el mundo no va a terminar. Hasta las webs creadas ad hoc con cuentas atrás para el gran día son más una excusa para un despliegue de creatividad (aquí la más brillante, inspirada en El prisionero de Zelda) que para hablar del fin.
Quizá sea una muestra de los tiempos que vivimos. Hay
más de apocalipsis en un despido, en un recorte presupuestario o en una
matanza a un colegio de primaria que en una profecía maya notoriamente
malinterpretada. O quizá sea una muestra de la madurez primigenia que
está alcanzando la cultura cibernética, donde ya ni la mismísima
hecatombe puede interrumpir el correcto funcionamiento de las cosas.