Fue el 25 de marzo del año pasado, en León. Se levantó de madrugada y se cayó. Su médico tuvo que coserlo. Allí, Benedicto XVI comprendió que su cuerpo ya no soportaba el trajín y las presiones.
Mientras causaba un nuevo impacto la revelación de que el Papa se
hirió en la cabeza por una caída nocturna durante su viaje a México en
marzo último, un accidente que determinó su decisión final de renunciar
al pontificado, Benedicto XVI se despidió ayer en un clima de fuertes
emociones de cientos de sacerdotes y seminaristas de Roma, a los que
dijo que iba a estar cerca de ellos, aunque “rezando escondido del mundo”.
Tras la fuerte impresión que causaron sus denuncias contra las luchas
internas en la Curia Roma, el gobierno central de la Iglesia, en el
sermón del miércoles de ceniza en la basílica de San Pedro, en las que
acusó a las facciones de hipocresía, rivalidades y “divisiones que
desfiguran el rostro de la Iglesia”, con el rostro demacrado, cansado y
con la voz enronquecida, Benedicto XVI habló improvisando durante una
hora.
“Ahora me retiro, pero sigo siempre vecino a ustedes con mis
oraciones aunque permanezca escondido del mundo”, explicó el Pontífice,
que en abril cumplirá 86 años.
Como en otras ocasiones, Ratzinger
criticó al ala progresista de la Iglesia, que liquidó en colaboración
con el Papa Juan Pablo II en las últimas tres décadas. Dijo que su
visión del Concilio “fue virtual, no real”, porque no apoyaban una
“renovación en la continuidad” y consideraban a la asamblea que llamó
Juan XXIII y que se reunió entre 1962 y 1965, como “una ruptura” con la
Iglesia preconciliar.
El Papa anunció el lunes que a fin de este
mes renunciará, una decisión que ha caído como una bomba en todo el
mundo y abierto una crisis compleja y profunda dentro de la Iglesia.
Joseph
Ratzinger explicó su retiro en su avanzada edad y la falta de fuerzas
físicas para continuar, pero con sus críticas a la Curia y su abierto
desprecio por las divisiones internas durante su pontificado de siete
años y diez meses, demostró que su decisión fue también estimulada por
una situación interna abrumadora en las cumbres del Vaticano que no podía controlar.
El diario La Stampa reveló ayer que el anuncio en un editorial del diario papal L’Osservatore Romano,
de que Benedicto XVI maduró su decisión de dimitir tras el viaje a
México y Cuba, en marzo de 2012, se debía en parte a un accidente que
fue ocultado hasta ahora.
Uno de los prelados que acompañaban en
el último viaje interoceánico al Pontífice, dijo que en la mañana del 25
de marzo 2012, en la última jornada mexicana, que transcurrió en León,
sus colaboradores notaron que el Papa tenía los cabellos manchados de
sangre.
Le preguntaron qué había ocurrido mientras llamaban al
médico personal, Patrizio Polisca, quien acudió de inmediato. Joseph
Ratzinger les explicó que había ido al baño en la madrugada y que, como
no encontraba la luz, en la oscuridad tropezó y dio con la cabeza contra
el lavatorio. “No caí al suelo, logré agarrarme y ponerme de pie”, les
contó el Papa según el prelado, quien destacó que Benedicto XVI no se
dio cuenta que la herida sangraba hasta que se lo dijeron quienes lo
vieron a la mañana.
Mientras lo curaba y le cosía la herida, el
médico pontificio doctor Polisca le comentó: “Santo Padre, ahora ve
porque soy crítico respecto a estos viajes largos”.
“También yo soy crítico”, le respondió sonriendo el Pontífice.
El
Papa, que es congénitamente débil de su sistema cardiocirculatorio y
padece una fibrilación cardíaca atrial crónica, sufre de vahidos. En la
noche del 16-17 de julio 2009 mientras estaba de vacaciones en Introd,
en el valle de Aosta, extremo norte de Italia, al levantarse para ir al
baño cayó de la cama y se fracturó la muñeca. Debió ser brevemente
internado en un hospital de la zona para arreglar la rotura. Al parecer
también se hirió levemente en la cabeza.
Estos accidentes
preocupan a sus médicos, precisamente por los problemas
cardiocirculatorios. A inicios de los años 90, cuando era el cardenal
Joseph Ratzinger, el más estrecho colaborador de Juan Pablo II, el
entonces guardián de la ortodoxia y la disciplina en la Iglesia sufrió
un derrame cerebral y debió ser internado varios días en la clínica Pío
XI de Roma, que es propiedad del Vaticano.
Aunque se repuso bien
de aquel incidente, pues solo sufrió problemas de visión durante un
tiempo, el cardenal pidió al Papa polaco que le permitiera renunciar
para regresar a su casa de Ratisbona, en Bavaria, a estudiar y escribir
sobre teología. Pero Juan Pablo II le ordenó que siguiera trabajando
mientras pudiera.