La Estatua de la Libertad, con sus más de 46 metros de
altura, es uno de los símbolos más conocidos de la ciudad de Nueva York.
Inaugurado en 1886, este icono, fruto de la mente de del escultor
Frédéric Auguste Bartholdi, fue un regalo de Francia a Estados Unidos
con motivo del centenario de su independencia.
Sin embargo, tal y como nos cuenta Javier Sanz en «Historias de la Historia»,
galardonado con el Premio Bitácoras 2011 al Mejor Blog Cultural, es
posible que la imagen que todos conocemos —un personaje femenino de
rasgos clásicos, graves y tranquilos que luce una diadema sobre la
cabeza— y que Bartholdi patentó en 1879, no sea realmente producto de su
imaginación.
Más de 30 años antes de que Bartholdi viera construida su
Estatua de la Libertad, el zaragozano Ponciano Ponzano ya había
esculpido una obra que presenta enormes similitudes con el posterior
diseño del francés.
Todo se remonta a 1853, cuando Ponzano, autor también de los famosos leones del Congreso de los Diputados,
recibió el encargo de esculpir una estatua para coronar el panteón de
los políticos liberales Agustín Argüelles, Juan Álvarez Mendizábal y
José Calatrava.
La estatua, que en palabras del artista “será gallarda,
joven, ligeramente vestida, cubrirá su cabeza con un gorro frigio,
despidiendo rayos de luz que saldrán de entre su bulliciosa cabellera”,
fue esculpida en un bloque de mármol de Carrara. Mide aproximadamente
dos metros de altura y fue terminada en 1855. Hoy puede verse en el
Panteón de Hombres Ilustres de Madrid.
Si las similitudes visuales que se aprecian entre ambas
esculturas parecen pocas, las coincidencias se extienden hasta la forma
en la que ambos autores definían sus obras. Así, mientras Ponzano
señalaba que su escultura «en su mano diestra mostrará haber roto un
yugo que pisará con el pie, dando a la otra pierna mayor función
sustentadora», Bartholdi patentó su Libertad «con el cuerpo ligeramente
vencido del lado izquierdo para que la pierna de ese lado mantenga el
conjunto en equilibrio».
Mientras el francés se aseguró los derechos económicos
procedentes de cualquier tipo de reproducción de su obra, gracias a la
patente presentada en 1879, Ponzano moría dos años antes en la más
absoluta de las pobrezas.