Aunque la noticia no ha trascendido aún a la opinión pública, los científicos que han examinado el tema tienen ya pocas dudas, o ninguna, de que la Academia sueca cometió dos graves errores al conceder los premios Nobel de Medicina de 1952 y 2011. Casi 60 años los separan, pero persisten tanto el modus operandi --ignorar al descubridor para premiar a su jefe-- como el móvil del crimen: ambos errores afectan a cuestiones vitales no solo para la ciencia, sino también para la industria. Le tengo dicho que siga siempre la pista del dinero, Watson.
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El último Nobel de Medicina recayó en el inmunólogo francés Jules Hoffmann y otros dos colegas por descubrir cómo funciona la inmunidad innata, una primera línea de defensa contra virus, bacterias, hongos y gusanos de cualquier clase que dispara antes y hace muchas menos preguntas que la exquisitamente selectiva inmunidad adaptativa, o lo que solemos entender por sistema inmune.
La Academia acreditó a Hoffmann, antiguo presidente de la Academia Francesa de Ciencias, por descubrir el sistema utilizando la poderosa genética de la mosca Drosophila, lo que permitió extrapolarlo a nuestra especie y abrir la investigación de un tipo radicalmente nuevo de agentes antimicrobianos. La nueva penicilina del doctor Hoffmann sería un buen titular.
Solo que no es del doctor Hoffmann.
Fue un posdoc (investigador posdoctoral) de su laboratorio en Estrasburgo, Bruno Lemaitre, quien decidió hacer esos experimentos cruciales con Drosophila, y quien los hizo. La principal contribución de Hoffmann a esa investigación fue oponerse a ella. La revelación de estos hechos, con un tono sensato y una tonelada de pelos y señales proviene del propio Lemaitre, pero Hoffmann no le ha desmentido, pese a haber tenido una magnífica ocasión de hacerlo. Dice que "no sería elegante". Ignorarle tampoco lo parece mucho.
La segunda historia es más vieja, pero su resolución está todavía más fresca: una investigación del periodista británico Peter Pringle que revela cómo el joven doctorando Albert Schatz, de la Universidad de Rutgers, descubrió en 1943 la estreptomicina, el primer
medicamento eficaz contra la tuberculosis; y cómo su director de tesis, Selman Waksman, se llevó el mérito, el premio Nobel y una pasta de Merck por los derechos de la patente. El libro de Pringle, Experiment eleven (Walker & co), saldrá el 8 de mayo en inglés.
Le tengo dicho, Watson, que debajo de todo gran hombre hay siempre un becario aplastado.