Si el vuelo sale a las cuatro de la tarde
hay que empezar el maratón de puestos de control como mínimo a la una.
Para los que no disponen del pase especial necesario para viajar
en coche hasta la terminal, solo al alcance de un selecto grupo, todo
empieza en una parada de autobús desde la que a lo lejos se divisa el
aeropuerto. Tras poner todos los equipajes en el maletero y comprobar que no hay asientos libres,
el conductor arranca y cruza la primera barrera. Unos minutos después
detiene el motor y abre las puertas para que suban dos jóvenes que lucen
en sus camisas el logo de G4S, la empresa de seguridad que se encarga
de la gestión de los accesos al aeropuerto. Piden pasaportes y billetes de avión (aquí no sirve el ticket electrónico) y dan el ok para avanzar.
Apenas unos metros más adelante hay que volver a parar.
Esta vez el conductor indica que hay que dejar el vehículo, sacar todas
las maletas y esperar la inspección canina.
Un pastor alemán se acerca y recorre la larga fila de maletas, luego
sube al autobús y olfatea los asientos. Cuando termina su tarea, los
pasajeros deben pasar por una caseta para que otros jóvenes de G4S
procedan a la inspección manual del equipaje. Los tiempos de espera en
cada parada se alargan porque hay que revisar a todo un autobús y este
no reinicia la marcha hasta completar el pasaje.
Con la maleta revisada por perros y humanos hay que volver a
enseñar pasaporte y billete para montarse de nuevo en el autobús. A las
dos en punto el aeropuerto ya se puede tocar con las manos. Tras una
nueva barrera, el conductor para el motor frente a uno de los accesos a
la terminal. Vuelta a descargar el equipaje y a ponerlo en fila para una
segunda inspección canina. Mientras los perros hacen su trabajo, hay
que volver a mostrar pasaporte y billete por tercera vez. Si todo va
bien uno ya puede enfilar a la puerta de acceso. Llegados a este punto
conviene quitarse reloj, cinturón y meter móviles y carteras en una de
las maletas que se vayan a llevar en cabina porque hasta que se accede al avión esperan cuatro escáneres de maletas y cacheos, todos ellos dentro de la terminal y separados apenas unos metros unos de otros.
El aeropuerto solo opera durante el día por motivos de
seguridad. El despliegue de personal de G4S es colosal, también el de
buscavidas que esperan en cada parada de este calvario viajero para
ayudar con las maletas a cambio de una propina, es el toque árabe en un sistema de trabajo puramente occidental.
Llama la atención que en ningún momento se utilizan esa especie de
antenas que emplean los soldados en los puestos de control de la capital
y que parecen un auténtico timo busca-explosivos.
Ciudad militarizada
La facturación ha mejorado mucho respecto al pasado
reciente, aunque también hay que ser paciente. El aeropuerto fue
construido en 1982 y se conserva en buen estado pese a todas las
calamidades vividas por el país. Totalmente enmoquetado y con asientos
de cuero negro, el techo es alto y a base de cientos de bóvedas de las
que cuelgan pequeños cilindros blancos como motivo de decoración. Un
aeropuerto que ahora funciona a la medida de la «ciudad de las mil y una
bombas», como bromean algunos iraquíes jugando con la mítica colección
de relatos de Oriente Medio.
Cuando uno sale de Bagdad no sabe cuándo volverá. Informativamente hablando el país ha salido de la parrilla preferencial de temas, pero hay un montón de historias esperando en estas calles. La guerra fue la más mediática de la historia, pero la posguerra apenas ha recibido atención, un espejo al que se puede mirar Afganistán. Los ciudadanos de a pie lo prefieren así, la salida de la prensa y el desinterés mundial ha sido directamente proporcional a la mejora de su calidad de vida.
Bagdad es una ciudad militarizada con puestos militares o
vehículos blindados cada pocos metros, pero el enorme despliegue de
fuerza no puede evitar que periódicamente se cuelen coches bomba o las
milicias campen a sus anchas en ciertas zonas. Tan solo el martes hubo 17 explosiones en la capital, 10 de ellas coches bomba.
Pese a todo los iraquíes miran hacia adelante y rezan para que la clase
política de la era post Sadam muestre algo de la coherencia que le ha
faltado hasta el momento y no les lleve a una nueva guerra sectaria como
la de los años 2005 y 2006.