lunes, agosto 06, 2012

Bolt, torcido por la escoliosis

Usain nació con la espalda arqueada y tiene una pierna 1,5 centímetros más corta que la otra, lo que le provoca lesiones.

Al nacer, Usain Bolt pesó 4,3 kilos. Un bebé voluminoso, como sus padres y su abuelo, un gigante de 1,95 metros. Creció como si tuviera prisa. Fuerte, alto, fibra. Parecía perfecto... y no lo era. La zona lumbar de su espalda se desarrolló torcida. Sin saberlo hasta tiempo después, el niño sufría escoliosis. Estaba desnivelado; su fantástico cuerpo nació mal estibado. Y se desequilibró. «Tengo la pierna derecha más corta que la zurda», repite Bolt. 

Casi centímetro y medio de diferencia. Ahí está su talón de Aquiles. Y por ahí han ingresado en su arquitectura física todas las lesiones que sufre. Dicen los especialistas que Bolt no tendrá una carrera larga, que sus achaques lumbares y de ciática acabarán con los músculos (isquios) de sus piernas y con sus tendones. Bolt, el maravilloso Bolt que vino desde el futuro para romper todos las plusmarcas, está cojo.
Y no lo supo hasta los 18 años, cuando ya era la sensación del atletismo jamaicano. Cada vez que aumentaba la intensidad de sus sesiones de velocidad, se rompía. Se desesperó. En su cabeza se formó una idea: entrenar duro es igual a lesionarse. Pero Friz Coleman, su férreo entrenador, no le dejó sestear. Más pesas, más gimnasio. El indolente Bolt aumentó su desgana: empezó a esquivar los entrenamientos o llegar tarde. Aun así, le llevaron a unos Juegos, los de Atenas 2004, que él no quiso nunca correr. Tenía 17 años. Hizo el ridículo: en las series de clasificación de 200 metros notó un pinchazo y entró al trantrán. Eliminado. La prensa jamaicana le tachó de blando, de gallina.

Bolt se recluyó en casa. Notaba las miradas con sorna de sus vecinos cada vez que salía. Vivió en el sofá. Hasta que cambió de entrenador. Había oído hablar de un tal Glen Mills, el hombre que le iba a resucitar. Mills es un alquimista. Fue capaz de coger a un velocista menudo como Kim Collins (1,74 metros y 65 kilos) y hacerlo campeón del mundo en París 2003. Ahora, llamaba a su puerta el caso contrario, un chaval de músculos de cristal que era además demasiado alto (1,96 metros y 92 kilos). La velocidad era entonces coto de tipos hipermusculados de talla media. Pittbulls. Un pívot, un galgo, no parecía tener sitio. Mills lo buscó. Llevó a Bolt a Alemania, a la consulta de un médico, Muller-Wolhlfahrt, que le habló por fin de su invisible cojera. Las lesiones habían acentuado la escoliosis. Bolt estaba mal hecho. Increíble. Aplicaba cerca de un 10 por 100 más de fuerza con la pierna larga. Tranqueaba pese a ir a toda velocidad.

 

 

Un nuevo cuerpo


Mills y el médico germano le dieron la vuelta al cuerpo de Bolt. El talento jamaicano se dedicó a compesar la zona débil de su físico. Cambió sus hábitos: miles de ejercicios abdominales y lumbares para formar una faja de músculos que protegiera su espalda. Horas y horas de estiramientos. Toda su vida se centró en ese punto. Contruyó un nuevo cuerpo en torno a su escoliosis. El resto ya lo tenía, vino de serie al nacer: las fibras blancas de contracción muscular que lo convierten en una bomba y un fémur infinito. La palanca. Es capaz de mover las piernas con la cadencia de un atleta «bajito» (1,80) pese a medir un palmo más. Sólo había que enderezar aquella culebra que le corría por la espina dorsal. Tres años después de aquel diagnóstico, Bolt batió las plusmarcas de 100, 200 y 4x100 en los Juegos de Pekín 2008. El cojo volador: en 2009 rebajó aún más la marca de 100, hasta los 9.58. Un salto gigantesco. 

Pero su caprichoso cuerpo volvió a resentirse en la aproximación a los Juegos de Londres. La escoliosis no tiene solución. Morirá con ella. Bolt es así. Está torcido. Por eso, los especialistas pronostican una vida deportiva breve para el mayor talento físico que ha dado este siglo. El más veloz del planeta es cojo. «Dios, seguramente, ha querido equilibrar las cosas», resumió Bolt en una entrevista a «L’Equipe». John Smith, el mítico entrenador de los grandes velocistas estadounidenses, dijo de Bolt: «Es una anomalía de la naturaleza». Una bala tan veloz como mellada.